martes, 26 de febrero de 2013

Sobre la María mulata. Símbolo trascendente de territorialidad

Por Catalina Bustillos Paz.

Tipo de documento: Fotografía
Fecha de creación: 1995
Procedencia: Publicación de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
Características físicas: fotografía de dimensiones 482x389, ancho 482 píxeles, alto 389 píxeles
Fecha de recuperación: sábado, 23 de Febrero de 2013. Cielo perfectamente soleado de las 2.30pm


"[…] el arte de los últimos tres siglos se ha limitado a dar prioridad a aquellos [animales] que han sobrevivido más cercanos al hombre: ¡vacas, caballos, gatos, perros, aves y peces, principalmente muertos, en bodegones o naturalezas muertas! […]" (Rubiano, 1995).

En Colombia, pintores como Alejandro Obregón, Fernando Botero y Enrique Grau, además de sus temáticas alrededor de las figuras humanas, cada una conservando su particularidad y expresión ante la vida y la sociedad, ofrecen representaciones de la naturaleza viviente. Particularmente, Enrique Grau le atribuye un lugar importante dentro de sus creaciones a las María Mulatas, aquellas aves de la familia Icteridae, que son actores y actrices tradicionales de las playas cartageneras y que, desde su experiencia personal, "[…] tienen fama de ser curiosas y pendientes de todo lo que sucede a su alrededor […]" (Entrevista para El Tiempo, 1996)”.

El trabajo de Grau alrededor de las María Mulatas, que hacían parte de su vida cotidiana, surgió en la década de 1990 en el ocaso de sus tiempos de pintor, cuando abandonó la pintura de las mujeres “ataviadas de sombreros y corsés” (El Espectador, 1996). Con el óleo La gran mariamulata inaugura la serie “Las mariamulatas”, una recreación en pintura al óleo, dibujos en carboncillo, pasteles y esculturas en bronce que trascienden las fronteras de su natal Cartagena.

La gran mariamulata, que se capta en esta fotografía, fue elaborada al óleo en 1993 y es la representación del animal-actor en todo su esplendor. La composición en primer plano sitúa al animal en posición de relevancia frente al paisaje de la playa y las figuras humanas, y ofrece al espectador claves para la interpretación de las obras a la luz del respeto por la fauna viviente.

En esta obra inaugural, además se denota que la mariamulata representada corresponde a un macho, dadas las características de cola larga y plumaje resplandeciente (Rubiano, 1995). Es mucho más que eso. Es un intento de ser visible en lo invisible, en lo que se pierde ante el vertiginoso transcurrir de una composición de olas y personas en las playas cartageneras. Es el respeto por la perfección de la naturaleza y la materialización cuidadosa de ese sentimiento; minuciosa en los detalles, huella de un precedente interés del artista por la dimensión biológica de estos animales; pues un proceso anterior de documentación acerca de las formas de vida, alimentación y comunicación de los protagonistas de estas composiciones pictóricas, facilitó a Grau la realización de una pintura admiradora y respetuosa por estas particularidades de la naturaleza.

Un animal “común”, en un lugar “común”… si así lo fuera, probablemente no diríamos que es un agente interconectado con la vida humana, representación de una territorialidad, curiosa y chismosa, que viaja a lo largo de la Costa colombiana.

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