En esta nueva publicación he decidido abocarme a la aparición de un vídeo sobre la marina chilena y las repercusiones que éste ha tenido, producto de su llegada a los medios masivos de comunicación. Además, aprovecharé para utilizar este ejemplo como disparador para repensar nuestra realidad.
Mi pregunta es: ¿Qué fue lo que sintieron al ver este vídeo? ¿Terror? ¿Indignación? ¿Satisfacción? ¿Sorpresa?...
¡Si se sorprendieron por una conducta de este tipo, creo que acá hay un gran problema! Si nos remitimos al pasado encontraremos una respuesta al porqué.
A lo largo de la historia, las fuerzas armadas han sido grandes participantes en la organización política, social y económica Latinoamérica. Tal es así, que el pasado siglo se ha caracterizado por un sinnúmero de golpes de Estado que tuvieron como protagonistas a esta corporación; pero resulta necesario destacar que muchos de estos sucesos gozaron de la complicidad –explícita o implícita- de órganos que, paradójicamente, consideramos símbolos de la democracia”: los partidos políticos. También, no está de más decir que fueron, y son, las burguesías nacionales (con el apoyo de las burguesías internacionales) las que han utilizado estas instituciones para perpetuarse en su posición hegemónica, controlando y oprimiendo al resto de la sociedad por medio de la física y simbólica.
Hoy en día, y producto de todas las atrocidades que ha cometido en el pasado, se ha expandido en la sociedad civil un sentimiento de repudio hacia esta corporación y, más aún, hacia muchos de sus ideales radicalizados. Pero debemos ser realistas: el nacionalismo intransigente sobre el cual se ha fundado el aparato militar (el cual se basó siempre en la construcción de enemigos antagónicos de los cuales era necesario defenderse) aún se encuentra presente en instituciones de tradición conservadora, como por ejemplo las agrupaciones políticas ultranacionalistas, pero también en muchos aspectos de nuestra identidad nacional, fundamentado, principalmente, por la Historia oficial de cada país.
El gran problema radica en que, pese a que han hecho tanto mal a los pueblos, las fuerzas armadas siguen existiendo y siguen siendo “el brazo armado del Estado”. Claramente la burguesía y su tan defendido sistema “democrático” necesitan de ellas para alcanzar y mantener la hegemonía. Y por ello es que, si bien muchos gobiernos rechazan todo tipo de vínculo con los militares y los condenan por la violencia ejercida en sus gobiernos de facto, no han sido capaces de producir cambios internos, ni mucho menos de extinguirlas; y cuando hablamos de cambios nos referimos a aspectos estructurales, como por ejemplo, modificar el contenido y la forma de educación con que las escuelas militares forman futuros soldados y marines (algo que puede ser una de las principales causas para que los marinos –en este caso los chilenos- quieran exterminar a sus “amenazantes vecinos” y por ello ejerciten con cantos xenófobos -“Argentinos mataré, bolivianos fusilaré, peruanos degollaré”-). Entonces de nada sirve que el gobierno chileno declare sentirse “avergonzado” e imparta duras sanciones a sus responsables, pues aunque dejen de cantarlo en público, van a seguir pensándolo y preparándose para tal fin. Entonces, la solución consiste en una transformación mucho más profunda.
El segundo aspecto que este disparador reflota es: y con todo esto, ¿donde ubicamos la idea de unión latinoamericana?
¡¡¡Con corporaciones tan intransigentes como ésta, la unión latinoamericana parece una utopía!!!
Los latinoamericanos nos estamos equivocando en pensar que la buena relación entre nuestros gobiernos basta para alcanzar dicha unión. Que los dirigentes políticos concreten acuerdos comerciales o de apoyo político significa lograr una unión superficial que muchas veces se rige por intereses de los mandatarios (justamente esto fue lo que pasó en Europa, donde por priorizar acuerdos económicos, nunca se avanzó en la integración de sus habitantes).
Es la sociedad civil la que debe construir los lazos, sin mediación de las corporaciones. Pero para lograr esto debemos romper con muchas de las construcciones ficticias que componen nuestras identidades nacionales, que provocan las abismales “diferencias” entre lo que implica ser “chileno” y “argentino”, “boliviano” y “peruano”, o “colombiano” y “ecuatoriano”, “quechua” o “mapuche” (porque sería incompleto pensar que se puede lograr una integración si no se tiene en cuenta a las naciones que no son reconocidas por los Estados); y avanzar en la conformación de una identidad latina inclusiva, que acepte las diferentes costumbres, religiones, etc.
Siendo capaces de integrarnos sólidamente podremos reversionar una de las clásicas doctrinas yankees que tanto nos ha perjudicado (la Doctrina Monroe y su lema “América para los americanos”), y lograr una “Latinoamérica para los latinoamericanos”.
Vídeo que actúa como dispositivo del articulo.
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