jueves, 31 de agosto de 2017

Los jóvenes: una cuestión difícil de explicar

Por Mary Dagua.

Son muchos los cambios que se han hecho a lo largo de la historia en cuanto a la etapa de la juventud en la vida de una persona. La educación es uno de los aspectos que ha sufrido mayores cambios a lo largo del paso del tiempo.

¿Son los jóvenes postmodernos precoces y menos educados? Pues bien la pregunta es bastante difícil de explicar, muchos pedagogos intentan solucionar la interrogante continua de ¿cómo educar a los jóvenes? Y con cada año pasado esta interrogante debe ser reformulada y reinventada. Pero no podemos dejarnos alcanzar en el tiempo, es un fenómeno que nunca se detiene y la educación le va de la mano en su continuo movimiento y cambio.

En el siglo XIX se vivía por y para el avance continuo, se terminaba la etapa de la juventud en una edad temprana con la consolidación del matrimonio. Pero era solo quienes fuesen de familias adineradas quienes podían soñar son una buena familia, una buena casa y formar su propio hogar dejando de lado el de la juventud. Luego en la segunda mitad del siglo XX esto cambio y los jóvenes empezaron a ser más revolucionarios y empezó la época de la meritocracia, la cual consistía en que cualquier joven de cualquier estatus social podía a acceder a una educación superior, con esto se lograba subir su nivel de intelectualidad y por ende al conseguir un mejor empleo con la ayuda de dicha educación se subía de estatus económico, todo lo anterior a punta de méritos de cada uno de los individuos.

Para llegar a la culminación de cada una de las etapas que se trazaban en el siglo XIX y el siglo XX se necesitaba de esfuerzo y educación, si bien son momentos de la historia diferentes, se puede entender que tenían varios factores en común en cuanto a los jóvenes y su concepto de evolución.

De nuevo cambio ese concepto en el siglo XXI. Algunos pedagogos afirman que la juventud postmoderna, como la denominan, ha dado un cambio drástico dejando de hacer su educación lineal y convirtiéndola en una circular, tal es el caso de Enrique Gil Calvo y Fernando Vásquez. Ellos afirman que esta nueva forma de aprender con un cambio de transiciones ha llevado a que se sueñe más y se haga menos. Se deja de lado el “gran esfuerzo” que requiere empezar y concluir una carrera universitaria para aventurarse en la ruleta rusa de los deportes, el modelaje, la música, el teatro y demás. Áreas en las cuales sobre salen unos pocos que o tienen los amigos correctos o habilidades majestuosas, como sería el caso de un deportista destacado.

Hace esto que una parte de mi pregunta inicial se responda. Cuan menos educados son los jóvenes de nuestra generación también depende de esos sueños y metas distantes que se tienen y se persiguen cada vez más. Pero no solo estos deseos, validos según mi convicción, sino también la tecnología y la educación circular de la que nos habla Fernando Vásquez han ayudado a que se disminuya el nivel de intelectualidad en los jóvenes. Al darse un deseo de consumir siempre lo mismo sin dejar que una cosa te lleve a otra más grande ha hecho que se desconozcan muchas facetas de la vida que los jóvenes sustituyen con experiencias que repiten una y otra vez.

Una de esas experiencias me lleva a responder la segunda parte de mi pregunta inicial. ¿Son los jóvenes posmodernos precoces? Y es que yo consideraría que sí lo son. Para citar el ejemplo más claro y que ocurre en nuestra sociedad colombiana con más concurrencia de lo que querríamos es el embarazo adolescente. Sin siquiera llegar a una edad en la cual se les puede considerar jóvenes ya se está teniendo la enorme responsabilidad de un embarazo, esto dejándonos muy claro que el sexo cada vez se practica en una edad más temprana, dejando de ser el premio mayor de la edad adulta a convertirse en el deseo pasional y momentáneo de la adolescencia.

Como inicie este artículo lo concluyo. Son innumerables los cambios que ha vivido el concepto de juventud a lo largo de la historia, pero a pesar de que algunos de esos cambios no son negativos si están aquellos que hacen que se pierda una evolución que se había conseguido con anterioridad, haciendo más difícil la educación y la concepción de lo que es en realidad un joven.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Es el turno de la danza respaldada por el Folclor colombiano

Por Angie Viviana Romero Alegría.

¿Qué pasaría si decidiéramos ser folclóricamente colombianos? A muchos esa pregunta les parecerá absurda, a otros tantos jocosa, y a unos pocos les generará inquietud. Esto en razón de que ninguno de ellos se siente identificado con el término folclor y, menos aún, con la expresión folclóricamente. Lo anterior puede explicarse por el hecho de que tales términos para la mayoría de las personas denotan algo carente de seriedad, complejidad o rigor intelectual. Sin embargo, en otros sentidos, hablar de lo folclórico implica hablar de una realidad cultural compleja, pues es, de alguna manera, el modo en que puede aparecer representada una sociedad por medio de diversas expresiones.

En el desarrollo de este escrito se describirán las bondades de la danza y la importancia de su rol en las manifestaciones folclóricas colombianas, las que aportan a la integración social y a la conservación de nuestras tradiciones e identidad cultural. Pues la danza, además de brindar beneficios corporales y sensoriales a quienes la practican, puede contribuir a la recuperación, divulgación y preservación de las raíces culturales de nuestra sociedad.

Antes de continuar, es importante conocer el significado del término folclor. Designado así por el Inglés William John Thoms, quien lo creó a partir de dos palabras: Folk, que significa pueblo y Lore, saber popular. Es decir, que el folclor abarca todo lo relacionado a las creencias, saberes, costumbres, ideologías, comportamientos y pensamientos de una comunidad, un pueblo, región o país. Es un referente diferenciador, pues permite exaltar las particularidades de cada cultura. El folclor es trasmitido entre generaciones, principalmente, por medio de la tradición oral, contribuyendo, de esta forma, a la preservación de la identidad colectiva a través del tiempo por medio de sus múltiples manifestaciones como la danza, la música, mitos, leyendas, bromatología, entre otros.

En la actualidad, es evidente que nuestras tradiciones y nuestras raíces folclóricas se han ido perdiendo, están siendo relegadas por la imposición de estándares socio-culturales extranjeros; pues se tiende a creer que imponer otros patrones culturales foráneos acelerará el desarrollo y el progreso de un país tan diverso en su cultura como Colombia. Esto les resulta razonable a unos cuantos, desde la idea de convertir a este país, algún día, en uno del “primer mundo”.

Este pensamiento ha promovido el desarraigo cultural, las disfuncionalidades de lo tradicional en lo cotidiano, y el olvido del valor de sus beneficios y sus riquezas. Hoy no sólo es bien visto, sino admirado, que un adolescente conozca ampliamente las tendencias musicales y coreográficas internacionales, antes que un bambuco, un pasillo, un currulao o una cumbia. Lo que puede ocasionar una distorsión de nuestra identidad, que cataloga a los referentes ajenos como lo único admirable. Referentes que pueden ocasionar la pérdida del sentido de pertenencia comunitaria, enajenación en lo foráneo, como el rechazo a las minoría culturales e intolerancia a sus múltiples creencias y valores.

Lo anterior ha sido expresado por Restrepo desde la perspectiva de la danza folclórica (2000: 97) y describe, muy bien, la falencia cultural hegemónica, sustentada en valores predominantemente europeizantes y anglosajones, de los modelos de representación social en Colombia. En contra de estos modelos Restrepo sostiene que: “la riqueza dancística Colombia es respetable y desconocida aún por nosotros mismos, porque tenemos un complejo de inferioridad; siempre hemos considerado que son estas formas menores y primitivas” (Martínez, 2005: 97).

Es comprensible que la afirmación de Restrepo se mantenga vigente, porque no es posible querer lo desconocido y mucho menos, cuidar lo que no es querido. Si no se le da valor a nuestras tradiciones y se continúan transmitiendo a las nuevas generaciones se seguirá menospreciando el aporte que éstas podrían ofrecerle a la Nación.

En relación con lo anterior, vale la pena citar a Splenger el cual afirma que: “la cultura es autenticidad y espontaneidad del alma; la civilización, en cambio, se constituye cuando la inteligencia reemplaza al alma; la técnica a la autenticidad. Por eso, cuando una cultura entra en su última fase por la creación de su civilización, comienza su decadencia” (Splenger, 1923).

Decadencia, un concepto cada vez más común, tan común que ha ido perdiendo su “acento” naturalmente alarmante. Ahora se necesita más que un término alarmante para tomar medidas frente a una situación que esté afectando un entorno. Factores como la carencia de identidad, la inseguridad que produce no sentirse parte de una comunidad, la falta de orgullo por pertenecer a ella y la ausencia de respeto por sus costumbres y tradiciones ya no se identifican como las consecuencias de esta grave crisis. No se contemplan tampoco las

implicaciones que tiene para los habitantes el creer que las tradiciones del lugar al que pertenecen, son inferiores y que, en este sentido, ellas nunca están a la par del progreso y el desarrollo de los países del “primer mundo”. Ocasionando desinterés por sus raíces, falta de identidad, rechazo por su cultura y como consecuencia, un ciudadano inconforme con su entorno.

Por todo esto, es tiempo de permitirle a la danza ejercer su rol como herramienta de cambio. Y posibilitarle su contribución a la trasformación de nuestra identidad, por medio del movimiento al ritmo de nuestro folclor. Generar experiencias que permitan que el ser humano logre reencontrarse consigo mismo por un momento, contemplar sus tradiciones, conocer sus orígenes, recordar quién es y qué tanto conserva de su versión original que ha sido expuesta a las exigencias socioculturales ajenas, a expectativas autoimpuestas, a situaciones adversas y al implacable paso del tiempo. Vivencias que le permitan sentirse folclóricamente colombiano, encontrando ese equilibrio que ayuda a apaciguar todo aquello que distorsiona la autoimagen y le dé un reconocimiento más auténtico de sí mismo.

La Danza puede ser un modo de reconocimiento de nuestro ser, de nuestra identidad. Un modo de propiciar una introspección. Pues ella logra reunir la música, las emociones, el movimiento, los sentidos y el corazón. “la Danza es la madre de las artes. La música y la poesía existen en el tiempo; la pintura y la escultura en el espacio. Pero la danza vive en el tiempo y en el espacio” (Martínez, 2005:96). Es ella, que al acoplarse con el ser puede generar momentos mágicos en los que cada paso se sentirá dado entre nubes, los movimientos fluirían como el mar, el aliento se convertirá en una ráfaga de viento y cada latido será tan fuerte que su vibración se convertirá en energía.

Fantásticamente, esa magia podrá multiplicarse exponencialmente, en relación a la cantidad de seres humanos que la vivencien y estén cohesionados por el común denominador del ritmo. Además estas experiencias permitirán, momentáneamente, sobrepasar diferencias usualmente limitantes entre las relaciones interpersonales como el género, la edad, la raza, la política y las diferencias ideologías. Generando en sus participantes una misma pasión, que les devuelva el orgullo de ser Colombianos.

De esta manera se deriva otra de las virtudes de la danza: propiciar el trabajo colectivo, que permite que la imaginación, la creatividad y la intención de trasmitir un mensaje sean canalizados y potencializados por el esfuerzo y la dedicación grupal, propiciando entornos que dan cabida a los más genuinos sentimientos interconectados, los que pueden contribuir a una mejora en la convivencia.

Y no se podría pasar por alto una las características más hermosas de la danza: su capacidad para adaptarse a cada corporalidad y habilidad en particular, ya que se aprecia como una expresión flexible ante los elementos de técnica y perfección, priorizando la libertad de expresión. Esto se traduce en autenticidad, componente fundamental para el sano desarrollo personal.

Reconocer la importancia que tiene la danza en el folclor colombiano, es fundamental para el desarrollo de nuestra identidad como país, porque su componente popular lo convierte en un promotor de inclusión social por naturaleza y uno de los mayores propulsores de nuestra idiosincrasia.

El folclor colombiano es como una lámpara mágica poseedora de historia, geografía, literatura, sociología, antropología, demografía, mitología, tradición, música, ritmo y fiesta; que sin necesidad de ser frotada, puede cobrar vida mediante la práctica de sus danzas llenas de sabor y disfrute, evocando así nuestras raíces.

Todo lo anterior me hace creer cada vez más en nuestras tradiciones, nuestras raíces y nuestra historia. Revivir nuestras costumbres y darles cabida en la actualidad, merece la pena intentarlo, al igual que reconocer a las bellas artes como una de las virtudes humanas más poderosas de transformación, gracias a la policromía de sus “lentes” para ver el mundo.

Finalmente, continúo depositando mi esperanza en las personas que nos dedicamos, con pasión y entrega, a ejercer el arte en sus múltiples formas, dejando en ellas su mejor versión para así aportar, desde su saber-hacer, a la construcción de un país mejor.

Referencias bibliográficas
Saco Álvarez, Alberto (2006). “El cambio social: definición, factores y agentes”. Sociología aplicada al Cambio Social. colombia: Ed. Andavira.

Spenser, Oswald (2011). La decadencia de Occidente. Ed. S.L.U. Espasa Libros. Barcelona.

Urtasun, Aliende Ana (2012). “Capitulo 1 Sociología y Cambio Social”. Para Comprender Las Transformaciones Sociales en el Mundo Contemporáneo. Ed. Verbo Divino.

Martínez Gilberto (2005). “La danza: una rápida visión histórica”. Danza Clásica y Tradicional Colombiana, Tomo II. Colombia: Ed. Alcaldía Mayor de Bogotá, Instituto Distrital de Cultura y Turismo.

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