El siguiente documento corresponde a una entrevista realizada una de las noches del presente año a un escritor o graffitero; día en que lo acompañe a tapar un graffiti de un chico que lo había tapado a él sobre un mismo muro.
Andrés escribe. No escribe en el papel, ni escribe cuentos, ni poesía para su novia. La ciudad es su pizarra, su lienzo, su papel. Siempre lleva un marcador negro en su maleta (o en su defecto en la entrepierna) para dejar sus tags en las paradas del masivo, en las señalizaciones de tránsito, en las paredes de su barrio, en los baños públicos. Muy pocas veces lleva aerosoles. La semana pasada fue sorprendido por la policía y le quitaron los 8 aerosoles nuevos que tenía en la maleta, comprados de los ahorros de su amplia mesada.
Nace en Cali, en el seno de una familia nuclear de clase media-alta. Fruto de un vivaz amor del cual también resultó su hermana mayor, Juana. Vive con sus padres y hermanos paternos mayores. Todos en la casa laboran en una empresa familiar, todo acontece alrededor de ésta última y por esto mantiene deshabitada, desolada. Por eso, Andrés ha estado siempre con la compañía de alguna de las nanas que suelen cambiar con frecuencia.
Tiene 17 años y hace cuatro que pinta. Todo empezó cuando lo expulsaron del colegio y naufragaba en un mar de tiempo libre. Planeó estudiar en un colegio acelerado y prepararse para aplicar a un colegio distinguido de la ciudad donde sus padres querían que estudiase. "Pero el graffiti arruinó mi vida" - dice. Entró al juego para siempre. Para él, pintar se ha convertido en una necesidad. Necesidad de verse en toda la ciudad, de expandir su nombre en su ciudad como un rey. Arte, vandalismo, libre expresión, como el lector lo quiera llamar: el gremio lo llama ego. Ego de llenar con tags toda la ciudad, ego de tapar a los demás. "Esto no es arte…es un juego que arruina tu vida o la salva" - menciona.
Finalmente, se acostumbró al pasivo ritmo del colegio acelerado y no aplicó para el colegio. Se graduó a los 15 años y empezó la proliferación de colores en la ciudad, pues al unirse a un grupo de escritores se volvieron sagradas las salidas de los viernes y sábados a las dos de la mañana. Y de vez en cuando lo contrataban para que pintara espacios privados como colegios, pizzerías, almacenes de calzado. Me comenta que hace mucho que no lo contratan, pues en el transcurso del año se vino una oleada de nuevos escritores que venden su mano de obra muy barata, inclusive sólo piden el costo de los aerosoles y la pintura.
Actualmente cursa primer semestre de diseño gráfico en la academia de dibujo profesional, pero me advierte que aspira estudiar en Icesi diseño industrial o terminar sus estudios en Argentina. No quiere quedarse con el negocio de sus papás, pese a ser un heredero. Es un adolescente con grandes sueños que no cree en el dinero y no lo necesita, pues lo único que necesita son aerosoles y él ya sabe mimetizarse muy bien ante las cámaras de vigilancia de los sitios que frecuenta para "comprarlos".
Son las dos de la mañana y corro por plena quinta porque un policía nos persigue…
miércoles, 27 de febrero de 2013
Un Escritor
Por Natalia Gómez
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