martes, 31 de enero de 2012

Hacia una política de paz

Columnista Carlos Herrera Rozo.

Hacia una política de pazLlamamiento a la cordura, al entendimiento y al dialogo entre hermanos debe ser la consigna. La guerra hay que dejársela a aquellos para los que la equidad y la justicia social adquieren la forma y toman el valor de una perplejidad constante y paralizante. A aquellos para los que entienden la política no como una actividad en la que prima sobre cualquier otro concepto el bienestar de las comunidades en las cuales les ha tocado vivir, sino su propio interés personal y al de sus áulicos, que los han aupado al poder a expensas de la rapacería económica y el crimen ejercidos sobre sus propios conciudadanos. Por ello vale la pena hacer un análisis sucinto de la realidad Latino Americana y, especialmente, la atinente a Colombia y Venezuela. Me propongo hacer una pequeña exposición de motivos que sirva de reflexión , en relación con nuestra posición, en el va y ven de la política internacional, en el entendimiento de que con ella orientemos nuestros esfuerzos en el mantenimiento de la paz y en la unidad de nuestros pueblos como única garantía de conseguir para nuestros hijos y nietos y para todas las generaciones venideras un mundo digno de ser vivido:

Vale la pena recordar que la política de EE.UU. en relación con América Latina se sustenta en una ofensiva político-militar orientada a apuntalar los regímenes clientes-adeptos y a socavar y desestabilizar los gobiernos independientes en la región. Lo más llamativo de esta táctica reside en el esfuerzo económico- militar del gobierno Norte Americano para derrotar los movimientos socio-político popular, independientemente de si son ideológicos o militares, opuestos a la dominación imperial. Los países de la región donde con mayor intensidad se lleva a efecto esta ofensiva son Colombia y Venezuela. En los dos países la apuesta Norte Americana es muy alta por cuanto los intereses político, económico, ideológico y las consideraciones geo-estratégicas lo exigen, así pensaba Bush y el pentágono, y así piensa Obama.

Colombia y Venezuela poseen costas que los comunican con los países del Caribe y tienen acceso a los países Andinos; el que emerja en Colombia un régimen revolucionario o que se estabilice el régimen nacionalista en Venezuela podría inspirar movimientos similares en la zona transformando la región y minando seriamente el control que ejerce Washington a través de sus regímenes clientes. De producirse cambios significativos estos afectarían el control Norte Americano sobre la producción y abastecimiento de petróleo, no solo en Colombia y Venezuela, sino que, tal actitud, provocaría como efecto dómino reacciones similares en México y en el Ecuador, en éste último país ya se están sucediendo, así como los procesos de retroceso de privatización masiva de las empresas nacionales que tan ávidamente persiguen los especuladores financieros internacionales ,las grandes compañías multinacionales y los amigos de los gobernantes de turno.

Estados Unidos necesita mantener un abastecimiento creciente de combustibles- Petróleo y derivados- para mantenerse inflexible en el actual momento de guerra no declarada con Irán y otros países del Golfo incluyendo a Irak, al que aun, a pesar del genocidio, no ha podido someter, sin perder de vista la creciente vulnerabilidad de Arabia Saudí y otros países Árabes productores de Petróleo estremecidos por los movimientos que sacuden oriente medio...

Geo-estratégicamente las transformaciones políticas en Colombia y Venezuela podrían llevar a un pacto de integración regional que incluiría no solamente a la mayoría de los países de América del Sur , Centro América y la inclusión de Cuba, destruyendo el embargo que desde hace 40 años mantiene Washington sobre la isla y creando una alternativa viable al acuerdo de libre comercio (ALCA/FTAA en ingles) impulsado por Estados unidos, primando un pacto regional que jamás ha sido visto con buenos ojos por EE.UU. como lo demuestra el reiterado fracaso de los diferentes intentos de los países de la región en éste sentido.

La Estrategia de EE.UU. hacia Colombia y Venezuela corre por diferentes derroteros: En Colombia, Washington ha optado por la "guerra total", el enfrentamiento entre hermanos sin posibilidad de solución a través del libre entendimiento y disenso. En Venezuela, se ha adoptado la doble estrategia de una sublevación civil de desestabilización político-económica que subvierta el orden y termine en un golpe de estado.

Hacia una política de pazEs bien conocida por todos la estrategia en Colombia. La lucha contra-insurgente en Colombia se lleva a efecto bajo el paraguas del Narcotráfico para justificar la acelerada escalada militar y para-militar. La campaña se lleva a efecto en las zonas en las que las Farc mantienen su presencia y son más fuertes, así mismo sobre civiles, campesinos, organizaciones ciudadanas, sindicatos y en fin contra todos aquellos que rechazan el pensamiento único .De otra parte, ignoraban, a un tiempo, las áreas controladas por las fuerzas para-militares aliadas de las Fuerzas Militares de Colombia y a los intereses de algunos desaprensivos que, aprovechando la revuelta, hacen suculentas ganancias apropiándose de tierras y otros bienes sin importarles el derramamiento de sangre inocente en la consecución de sus propósitos.

En Venezuela, en contraste con la política de tierra arrasada en Colombia, se ha implementado un enfoque cívico-militar que permita el derrocamiento del Presidente. La primera parte es la desestabilización de la economía presionando a grupos allegados de negocios profesionales y a dirigentes políticos y sindicales de derechas mediante la utilización de los medios masivos de comunicación y el cierre de empresas estratégicas. La segunda fase se orienta hacia la captación de militares en retiro o activos que provoquen fisuras significativas dentro de las fuerzas de seguridad del Estado que desemboquen en un Golpe Militar.

A grandes rasgos, es lo que está ocurriendo, y somos los ciudadanos quienes reflexivamente debemos pensar, dejando egoísmos y pasiones a un lado, sobre el futuro de las nuevas generaciones de Latino Americanos. Es por lo menos prudente llenarnos de razones, examinar detenidamente los acontecimientos mundiales, leer lo que se opina sobre nosotros en otras latitudes, estar pendientes de lo que los politólogos internacionales opinan sobre el devenir del mundo y luego tomar posiciones que nos permitan estar a la vanguardia del desarrollo justo y equitativo de las sociedades en las que no ha tocado vivir o rechazando, sin paliativos, la negación al libre ejercicio de las libertades, a la garantía de nuestros derechos y al cumplimiento de nuestros deberes. Debemos evitar que otros piensen por nosotros para ejercer sin limitaciones los derechos que nos otorga la Democracia.

Sé que no está todo dicho. Sé que el tema es muy extenso, pero si es necesario vale la pena abrir un debate para despejar incógnitas y dar luz a las zonas oscuras. Por hoy solo quería abrir una ventana a la esperanza, alejar la guerra de nuestro diccionario e invitarlos a todos a una reflexión más profunda de nuestra situación política, económica y social haciendo énfasis en el análisis reflexivo de lo que entendemos por justicia social. Allí donde no hay justicia social no suele existir la democracia. La democracia se nutre y se fortalece con la diversidad ideológica, pero no puede ni debe dar lugar a la creación de guetos aislados y sometidos. Por ello es importante el establecimiento de reglas comunes que permitan que funcione el sistema sin alteraciones del ritmo, es decir, cumpliendo estrictamente todos y cada uno de sus principios sin que ninguno de sus miembros se vea perjudicado por otro. Es éste principio de la equidad y de la vulneración de las libertades el que da origen a movimientos sociales no deseados. Vale la pena citar como ejemplo la deriva reaccionaria de los Neo-con que tiene que ver con la deriva de los movimientos cristianos hacia el quehacer político activo: El Papa Wojtyla fue, entre otras cosas, un activo hombre de estado involucrándose de lleno en la lucha contra el comunismo y las ideologías de izquierda y de devolverle los favores que la CIA le prestó desarticulando los movimientos de la teología de la liberación en América Latina y en el resto del Mundo: Para ello el Vaticano se involucro en Polonia y en Croacia y no condeno la intervención de Bush con ocasión de la guerra del Golfo.

Hacia una política de pazLos Demócratas tenemos que hacer un esfuerzo de comprensión sobre lo que sucede. No se trata de transigir con la vulneración de los derechos humanos en nombre de ideologías, tradiciones o creencias que reclaman respetabilidad. Se trata más bien de regresar a los valores según los cuales es el dialogo y el raciocinio lo que nos permite acercar posturas por alejadas que se encuentren las unas de las otras. Por eso es injusta y peligrosa la identificación de la violencia con el disenso ideológico. Los colombianos nos encontramos ante una situación grave, pero seguramente no se trata tan solo, y quizás no se trata tanto, de la amenaza terrorista en sí como de la anormalidad de la vida de los colombianos durante los últimos sesenta años. Mientras no abordemos con seriedad y decisión las causas que producen la violencia será imposible acabar con ella. El gasto de miles de millones de pesos en mantener una guerra es absurdo. Si esos recursos se dedicaran a crear infraestructuras y mejoras que contribuyan a elevar el estándar de vida de los ciudadanos la violencia política iría desapareciendo por sustracción de materia. Pero no se hace. La compra de armamento deja inmensos beneficios para quien las vende y suculentas comisiones para quien las compra. Por ello es más fácil que los gobiernos se apliquen, como se viene haciendo, a identificar a los ciudadanos en dos categorías: Los buenos y los malos, haciéndonos participes de la definición Norteamericana de los países buenos y los países malos: Los aliados o los que pertenecen al eje del mal. Los problemas políticos, aun los más aleves, participes de actitudes criminales, exigen por parte de los gobiernos y de quienes pretendan solucionarlos, para su tratamiento y solución, voluntad política cierta, respaldo de la ciudadanía y de todas las fuerzas vivas de la nación e inflexible cumplimiento de los acuerdos a que haya lugar, toda vez que, como se ha demostrado a lo largo de estos sesenta años de violencia política, su incumplimiento por una de las partes produce el efecto adverso al buscado. Son las partes en conflicto las que están obligadas a cumplir, sin paliativos, con los acuerdos a que haya lugar en el entendimiento de que si no se respetan los acuerdos y se buscan soluciones que mejoren el estándar de vida de los ciudadanos la violencia política y la criminalidad no desaparecerán.

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