Desde que comencé este avatar disciplinario, de un bachiller atareado de indecisiones a un estudiante universitario de antropología, parte de mi tiempo se ha enfocado en explicar ¿qué significa, cuál es el campo laboral y qué hace la antropología? Estas y más preguntas con respuestas que varían de persona en persona me han llevado a enfrentarme a preguntas y respuestas que ni siquiera en mi mente se habían resuelto. Una de ellas ha sido, como me lo preguntó una vez un amigo que estudia ingeniería de sistemas en la ICESI, -bueno y ¿qué es etnografía?-
Qué es etnografía y qué es hacer etnografía, ambas remiten a diferentes respuestas, sin embargo el hacer etnográfico seria la pregunta que respondería con más seguridad. Hacer etnografía es... no sé, pero cuando alguien relevante para mí me lo pregunta (como mi amigo), la respuesta que me evoca está inundada de experiencias, de emociones, de risas, de desilusiones y desafíos. Tal vez es fácil sintetizarlo todo en una definición, la más clásica, o tal vez no, pero sin embargo, me toma unos segundos mientras me avasallan los recuerdos de mis experiencias pasadas. Es algo parecido como cuando se nos pregunta a los que estudiamos Antropología ¿qué es Antropología? es tantas cosas al mismo tiempo, y tal vez suene muy romántico, pero para cada quien es lo que para él o ella se ha enfocado esta holística disciplina y formas de ver el mundo en su vida. En un sentido clásico y a grandes rasgos, la etnografía es: la metodología de preferencia por el antropólogo, herramienta de análisis que se caracteriza por ser más cualitativa que cuantitativa y estar basada en lo que se denomina observación participante.
Mi primera observación participante: cuando por primera vez hice un ejercicio descriptivo en segundo semestre, me veía enfrentado a preguntas como: ¿cómo sería mejor escribir, en primera o tercera persona? ¿Qué tipo de detalles deberían estar descritos, todos y cada uno de los que había observado, o solo los que a mi parecer serian útiles? Pues, a pesar del conocimiento que había recibido sobre la etnografía en las aulas, enfrentarse a ella me resultaba desafiante. La poca experiencia, o tal vez la poca pericia de mi parte en el asunto, me hacia cuestionar mis modos de abordaje. Además, debía ponerme de acuerdo con mi compañero con el que estaba haciendo la descripción. Jugar con el medio, tal vez hacerme de espía y camuflarme con la gente mientras anotó las observaciones, como las novelas de espionaje. Ese tipo de ideas pasaron por mi cabeza pero no, tenía que darle un sentido más estricto y maduro a este primer abordaje; estaba a punto de enfrentarme a la herramienta de trabajo más importante como estudiante de antropología y futuro antropólogo.
Mi compañero y yo habíamos consensuado escoger el parque del Perro como un lugar de encuentro y de referencia nocturno con ciertas peculiaridades, en donde se evidencian varias dinámicas sociales que se mezclan: la música y sus diversos géneros, la comida y sus diferentes tipos y sabores, el cigarrillo, el licor, la marihuana. En sí, la tesis era cómo este lugar se tornaba tan propicio para ser un centro de encuentro por la misma gente que lo frecuentaba y, por su localización, en donde convergían diversos grupos de personas, practicando diversas actividades en un mismo espacio.
De igual manera, nos resultaba llamativo abordar un espacio que, conocido y frecuentado por muchos como un lugar recreativo, se transformará en un objeto de estudio de la antropología para unos pocos como nosotros. De forma que, cuando llegamos al parque, un sitio que yo frecuentaba muy seguido, el hecho de haberlo escogido y observado como un objeto de estudio me parecía algo inquietante, porque era una manera de interactuar con el medio y comprender la forma como nos comportamos y funcionamos en ciertos espacios públicos desde una perspectiva diferente a la que normalmente estamos condicionados.
Sin embargo, cuando acudimos al método etnográfico, generalmente, como lo hemos estudiado en los textos clásicos antropológicos: “Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas” (1935) de Margaret Mead o en “Los argonautas del Pacífico Occidental” (1922) de Bronislaw Malinowski, entre otros. El etnógrafo se ha enfrentado solo al campo, es un ser único dentro de una comunidad distante y diferente a él, la otredad. Él se piensa y piensa a los demás, con su único compañero no ajeno a él, el cuadernillo de campo.
Seguramente estas ideas y experiencias sobre la etnografía se alejan mucho de lo que podría ser una respuesta corta, rápida y concreta. Pero, de alguna manera, la forma en que he desarrollado un discurso sobre lo qué para mí ha sido la etnografía, pone en evidencia la complejidad de esta disciplina y el tipo de experiencias que producen sus métodos de análisis que compenetran las emociones y personalidades de sus investigadores con el entorno y con lo que significa la disciplina. Fue así, como mi desafío frente a mi primera observación participante fue motivada por una reflexión de este tipo. Mi afán por no ser una oveja más del rebaño, me motivaba a independizarme de una sola forma de ver, sentir y entender el mundo para tratar de comprenderlo en su diversidad, a partir de la herramienta por excelencia del antropólogo, la etnografía.
sábado, 26 de noviembre de 2011
¿Qué es hacer etnografía?
Por Daniel Hidalgo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario