“Como cualquier máscara, puede seducir y distraer de modos atrayentes, pero llega a un momento en que deseamos descubrir qué hay detrás. Si la máscara se rompe o es violentamente rasgada, puede aparecer el terrible rostro del empobrecimiento de Baltimore” (Harvey; 2007; 160)
Cali es una ciudad de contrastes, irregularidades y contradicciones; una ciudad estancada por sus delirios y aspiraciones de “gran ciudad”; una extensión de tierra rica en sonidos, colores y caos. Que delicia Cali, que delicia esos compases de salsa que irrumpen en mi sistema, cada vez que ella me permite entenderla y vivirla. Todo esto no es Cali. Cali es mucho más; es miedos, risas, flujos descodificados que alteran nuestros órganos hasta ocasionarnos esquizofrenias perpetuas, un delirio de inseguridad y peligro constante, un escalofrío esperado cada vez que damos un paso y nos atravesamos con una sombra desconocida, una sombra que habita la ciudad, que se adueña de ella con cada pisada al andar. La primera impresión es de un cuerpo no muy definido, que arrastra bultos o en su defecto una carreta que parece más una prolongación de sí, que un instrumento de trabajo.
Cali es una ciudad que espera, como bien lo dijo Caicedo, pero que difícilmente le abre las puertas a los desesperados, a los errantes, a los sin nombre, a los recicladores, en este caso particular. Esta población que viene a ser una capa considerablemente grande en la ciudad, como resultado de innumerables migraciones de todos los rincones del país, ha sido objeto de amplias discusiones desde el año 2008, época en que Iván Ospina se posiciona como alcalde de la ciudad. Su llamativa, pero poco consumada propuesta de los 21 Mega proyectos, en apariencia alentadora, engendró una propuesta de vivienda de interés social en el terreno donde se ubicaba anteriormente el vertedero de basura más grande de la ciudad: El basurero de Navarro. Éste fue clausurado obedeciendo a los intereses de muchos ciudadanos preocupados por el peligro ambiental que representaba. Sin embargo se ignoró casi por completo la situación de la gente para la que ese vertedero constituía su hogar y su fuente de ingresos. Aún hoy este proyecto ve obstaculizada su materialización, por falta de cumplimientos de las reglamentaciones ambientales y de garantías de seguridad para los posibles beneficiarios. Además no se había logrado establecer claramente una propuesta que cobijara de manera permanente a los afectados. Dentro del proceso los recicladores se movilizaron como comunidad y lograron victorias legales que se vieron reflejadas en la sentencia T291 de 2009. Tras este suceso se han venido estableciendo acuerdos de conciliación entre el gobierno y la comunidad, que si bien tiene un objetivo común no está exenta de conflictos internos entre los recicladores. A pesar de esto la comunidad se ha consolidado como tal desde hace ya muchos años. El punto de inflexión que potenció la movilización y organización de los recicladores a nivel nacional fue el desafortunado suceso en la universidad libre de Barranquilla en 1992, que involucró a más 11 recicladores muertos, cuyos cuerpos eran utilizados como material pedagógico por estudiantes de medicina y para la comercialización de órganos. Vemos cómo desde mucho antes han sido blanco de atropellos y silenciamientos que vienen desde las leyes mismas, que buscan constantemente argumentos para alejarlos de sus quehaceres; quehaceres que, si prestamos atención, se han convertido en una industria que resulta ser muy rentable.
No es un secreto que el negocio de las basuras en el país ha sido redescubierto como un nicho económico considerablemente rentable, razón por la cual “curiosamente” ha caído en manos de concesionarios, provistos de grandes avances tecnológicos, lo cual representa una pérdida para los recicladores, que no cuentan con herramientas apropiadas para realizar su labor. En el 2009 los hijos del ex presidente Uribe, inauguraron una empresa de manejo de residuos, que estaba abarcando el negocio de las basuras cual monopolio y estaba afectando seriamente el trabajo de los recicladores, que en tal caso, estaban perdiendo sus clientes. Este es un negocio que, según Emsirva en la declaración de la sentencia anteriormente mencionada, es libre, y se convierte cada vez más en un campo altamente competitivo, en donde los recicladores, al no contar con el avance tecnológico de las grandes industrias, se ven perjudicados.
Hasta julio del presente año los recicladores representaban un problema y una noticia que suscitaba interés. Hoy la agenda mediática no dedica espacios que den cuenta de la situación actual de esta comunidad. Resulta pertinente agregar que si esto consiste en una estrategia de silenciamiento, ha sido extraordinariamente efectiva. ¿Dónde quedó todo ese movimiento que logró tomar tanta fuerza y protagonismo durante la primera mitad del presente año? ¿Que va a pasar ahora, con el cambio de dirigente?
El alcalde Ospina se posicionó promulgando determinadas nociones de desarrollo en sus proyectos de megaobras, que hoy se ven reproducidas por varios de los candidatos a la alcaldía de Cali. Valdría la pena pensar, tras este corto pero entorpecido periodo, cuál es la concepción de desarrollo que se maneja en las propuestas, ya que fácilmente un discurso desarrollista puede establecer una pantalla que recubra las desigualdades y fragmentaciones que constituyen a Cali. Entonces ¿desarrollo para quién? Todo esto, porque tras un juicioso seguimiento del proceso del reciclaje en la ciudad, cuesta pensar que la situación de tanta gente haya sido solucionada de un día para otro. De manera que no está de más dejar planteada esta cuestión, esperando que las condiciones, tanto de los ex recicladores de navarro, como de muchos otros en el país no siga siendo una realidad que se esconda tras un discurso de progreso y desarrollo, que busque por todos los medios mercadear la ciudad a costa de muchos; una realidad que enfrenta a diario escenarios de limpieza social, de indiferencia y de irrespeto. Gracias a estos mismos discursos esta dimensión de la sociedad aparenta ser lejana. Sin embargo, no hay que ir muy lejos para darnos cuenta de qué tan crudo es el día a día de esta comunidad. El 31 de diciembre del 2009, 42 personas resultaron gravemente intoxicadas tras consumir una natilla con pesticida, suministrada por personas no identificadas, que se movilizaban en una camioneta por el sector el calvario, en el centro de la ciudad. Es de saber que este barrio resulta ser el lugar de residencia de una gran cantidad de recicladores e indigentes, que quizás poco o nada tengan que ver con la inseguridad de la ciudad, contra la que las improvisadas organizaciones de limpieza social chocan. Casualmente este sector, además de ser vulnerado por este tipo de agresiones explícitas, debe hacer frente a las agresiones difusas de una administración basada en la indiferencia, que con lo único que responde es con desalojos e injusticias, lo cual se ve reflejado – otra vez “ curiosamente”- en la construcción de otro de los grandes megaproyectos: la construcción de “ciudad paraíso”. Este proyecto, así como muchos otros, ha tenido un costo social lo suficientemente alto como para gestionar al menos este tipo de reclamos.
Cali no deja ser lo que se dice que es. Su cara bonita sigue exaltada y su faceta no tan atrayente sigue estando en el fondo de las discusiones. La ciudad sigue siendo hoy una colcha de retazos, en donde el desarrollo no es coherente y está en constante tensión por las tendencias de inclusión y exclusión de unas capas de la sociedad. ¿Qué será, pues, del corazón insigne del actual alcalde? ¿Habrá un nuevo latir que cobije a todos por igual? Esperemos que el periodo que se acerca no se fundamente en la elaboración de nuevos proyectos de renovación urbana y en la tendencia a la monopolización de las empresas privadas de aseo, aspectos que perjudican directamente a la comunidad recicladora.
lunes, 7 de noviembre de 2011
Otra de las megasobras del Doctor Ospina.
Por Olga Llanos.
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