jueves, 24 de noviembre de 2011

¿Votar o Botar?

Por Luis Alejandro Espinosa García.

Desde hace algunos días, mis padres y conocidos me han preguntado por quién pienso votar en las próximas elecciones de consejos locales y alcaldía. A lo cual mi respuesta fue tajante: no quiero votar. Las críticas no se hicieron esperar: “eres un irresponsable, un ciudadano de bien tiene que votar así sea en blanco, no te vayas a quejar después si no votas hoy”, entre otras...

Mi argumento es el siguiente. Estoy realmente cansado de ver cómo son elegidos los gobernantes en Cali. En primer lugar, ninguno de los candidatos me llama la atención en lo absoluto, sin embargo este no es ni el lugar ni el momento para enumerar las razones por las cuáles pienso eso. En segundo lugar, así suene algo a frase de cajón y probablemente a excusa barata. La masa de electores es ignorante, pasional y volátil. Votan por el político que se muestre más cercano a ellos mediante sus prácticas clientelares y su imagen de campaña, en vez de votar por las mejores ideas. Su voto es personalista y no programático. Muchos dirán que esto se debe a que el gobierno no invierte en la educación de las clases más necesitadas, pero esto me lleva a deducir que estamos en un círculo vicioso que pareciera no tener fin: si la masa sigue eligiendo políticos mal preparados y que se sirvan primero a sí mismos y a su gente, nunca vamos a tener educación de calidad para todos.

La idea de los que me critican es que si yo no ejerzo mi derecho al voto, no tengo la autoridad moral para reclamar después por una mala administración. Pareciera ser que ellos asumen que lo que me hace ciudadano es el hecho de votar, pero no pueden estar más equivocados. Desde que nací en este terruño soy ciudadano colombiano; y así participe o no del sufragio, es suficiente el ser ciudadano para gozar del derecho de hablar sobre mi país en cualquier dimensión: política, cultural o económica. El hecho de votar o no, no me hace más o menos colombiano que ninguno de ustedes.

Todo esto trae a colación dos cuestiones sobre las cuales las sociedades democráticas vienen discutiendo hace tiempo. En primer lugar ¿debería ser el voto un deber cívico, es decir, obligatorio y sujeto a sanción? Y por otro lado está la cuestión del abstencionismo como una expresión válida de la voluntad en una democracia. No quiero detenerme a discutir la primera, porque es un tema que exigiría mucho tiempo y ejercicio filosófico, y tal vez sería como tratar de probar la existencia o inexistencia de dios. Es decir, probablemente es algo que se reduce a cuestiones fundamentales de la subjetividad: el hecho de ver la participación política como un deber más que como un derecho. Lo único que voy a decir sobre esto es que afortunadamente, Colombia y Venezuela (quien lo tuvo en el pasado) son los únicos países de América del Sur donde el voto no es obligatorio de ninguna forma.

Aún cuando en los regímenes democráticos se asocia a la ciudadanía un deber cívico o moral: votar, y en algunos ordenamientos se convierte hasta en deber jurídico. El abstencionismo electoral aparece con el sufragio mismo yconsiste simplemente en la no participación en el acto de votar de quienes tienen derecho a ello. El abstencionismo electoral, que se enmarca en el fenómeno más amplio de la apatía participativa, es un indicador de la participación: muestra el porcentaje de los no votantes sobre el total de los que tienen derecho de voto. En las elecciones del fin de semana pasado (domingo, 30 deoctubre de 2011) el porcentaje a nivel nacional de abstención fue de 57% y en Santiago de Cali fue de 42%. Sin embargo, es una manifestación que esconde una pluralidad de motivaciones, las cuales pueden variar casi que con el individuo.

El día que valga la penaAhora bien ¿cuál es mi finalidad al no votar? Existen personas o grupos de ellas que no lo hacen porque están en total desacuerdo con el sistema político, con la democracia misma. Existen otras que son partidarias de no votar con la intención de que otros también lo hagan. De esta manera entienden que las elecciones pierden legitimidad debido a su bajo escrutinio. La idea es que la clase política asuma su papel de representante del Pueblo y no de las élites, presionada por dicha situación.

Podría decir que estoy de acuerdo con lo anterior hasta cierto punto. Soy consciente de que no logro nada tangible absteniéndome. En mi caso, lo hago simplemente porque siento que no tengo otra opción y porque puedo. No quiero verme obligado a elegir entre unos grupos de políticos (para mí) retrógrados, incapaces, corruptos y egoístas. No elijo porque no hay ninguna opción que me llene y no pienso votar por votar. Dejándome llevar por la imaginación, si viviese en mi ciudad natal (Bogotá) la decisión sería difícil porque es una ciudad que por una u otra razón ha sido cuna de buenos políticos, buenos candidatos (igualmente no quiero entrar a discutir por qué digo esto); y probablemente votaría por Gustavo Petro. Pero vivo y ejerzo mis deberes como ciudadano en Cali, es por eso que mi elección es no elegir. Entre otras cosas porque considero que el voto en blanco no sirve para nada en esta democracia, a no ser que sea la opción escogida por una amplísima mayoría, cosa que no va a pasar por la razón que ya expuse: la masa electoral es ignorante y pasional. No quiero pasar por pesimista antes que realista. No me queda más que la esperanza de que en Cali surjan nuevos líderes o (algo menos probable) que hagamos un “ensayo sobre la lucidez” y mediante el abstencionismo o el voto en blanco hagamos historia y revoquemos un círculo vicioso que pareciera no tener fin.

4 comentarios:

Carlos Herrera Rozo dijo...

Parte 1/2:
¿CIUDADANOS COMPROMETIDOS CON EL ESTADO DE DERECHO O POLÍTICOS IMBECILES COMPROMETIDOS CON EL TOTALITARISMO Y LA IGNORANCIA?

Se escucha, con inusitada frecuencia, entre los ciudadanos, especialmente de las clases medias, de todas las edades, en capacidad de razonar, que no les interesa la política. Dicha apreciación conduce a algunos bien pensantes, previo análisis de la situación, a proponer un mayor desarrollo de la cultura ciudadana haciendo hincapié allí donde con más énfasis debe aplicarse: en las aulas escolares, habida cuenta de que loro viejo no aprende a hablar…
Lo curioso de la situación, después de mucho vaivén dialéctico, es que una importante fracción del pensamiento conservador y de la curia, inserta en menesteres que no son de su competencia, pretendan a propósito, prescindir de los ciudadanos, es decir, de la democracia: tienen la convicción de que los ciudadanos son una manada de ignorantes que desconocen a los demás, que no saben de la cosa pública, que son desinformados e incoherentes. Olvidan, muy pronto estos “sabios”, que han sido los ciudadanos, en su suprema “estulticia”, quienes los han elegido para que los representen en los cuerpos colegiados, de conformidad con lo estatuido por el estado de derecho. La democracia, tal como la conocemos, se ofrece equitativamente a todos los ciudadanos, sin excepciones, en el entendimiento de que todos obraran, de acuerdo a su leal saber y entender, para mejorar las condiciones de vida de las colectividades donde les ha tocado vivir. Las instituciones, los mecanismos de la democracia y la misma actividad política deben combinarse para hacer efectivo el libre funcionamiento de las ideologías para que funcione, sin tropiezos, la oferta y la demanda en éste particular mercado.
Se observa desde las instituciones y con marcado acento desde el mundo político el deterioro del ejercicio de los derechos ciudadanos, la desinformación política y el aumento de la abstención en las lides democráticas. ¿Por qué tanto desinterés? ¿Podría afirmarse que el desinterés ciudadano por los asuntos colectivos está vinculado a la falta de cultura cívica y a la conciencia de que su participación en los asuntos públicos es mínima e irrelevante? Los dos fenómenos apuntan al meollo del asunto que nos ocupa, además de la convicción generalizada de la corrupción de los gestores políticos. La convicción de que la participación es irrelevante encuentra asiento en la creencia de que el voto personal cuenta poco o no cuenta nada entre millones de votos, y, de otra, en la percepción mediata, de que los beneficios obtenidos no son los esperados. Debe contarse además con la desaparición de los espacios de politización en los centros de trabajo, en la escuela y en las universidades, en la desestructuración de la familia, el individualismo a ultranza, el egoísmo y la desinformación propiciada desde los centros de poder por los medios de comunicación. Son muchos los factores que afectan hoy las decisiones ciudadanas y la cultura cívica. El deterioro de la cultura cívica tiene consecuencias desastrosas para la vida en común: falta de legitimidad de las decisiones que afectan al conglomerado social, rapto de la actividad política por parte de quienes detentan el poder económico, pérdida de derechos democráticos y perdida de la gestión pública. Para acercar los ciudadanos a la vida pública se requiere voluntad política para escuchar y llevar a la práctica las exigencias de la colectividad. La tesis conservadora al respecto es la que afirma que: “la democracia no funciona cuando se hace lo que los electores exigen…” Según esta teoría, la indiferencia ciudadana, seria señal del buen funcionamiento del sistema democrático, es decir que, la democracia nada tiene que ver con la participación y la voluntad general…

Carlos Herrera Rozo dijo...

Parte 2/2:
Debemos recordarle a los gerifaltes de la política que, mal que bien, la sociedad funciona porque parte importante de las acciones humanas no se rigen por cálculos mezquinos, sino por valores éticos y emocionales: nos indignamos ante las injusticias; sentimos vergüenza ante nuestros yerros; nos sentimos culpables cuando violamos las normas, etc. Hechos que solo son posibles cuando hay concordancia entre nuestras acciones y nuestro pacto social. Por ello la disposición a participar en la vida pública y en especial en la actividad política depende de la percepción ciudadana de la importancia que se otorgue a las exigencias de la colectividad. Quien sabe que no se le escucha, no se molesta en hablar. No es estúpido, es sensato. Las instituciones deben ser más sensibles a la vocación pública del ciudadano.
En resumen, el problema de la falta de cultura cívica tiene que ver menos con los ciudadanos que con las reglas de juego con las que se manejan. Forma parte del diseño y re-diseño con que los partidos políticos de una parte, y las instituciones por otra, ponen en práctica de acuerdo a sus particularísimas necesidades. Está en el origen de los supuestos liberales que inspiran la democracia, es la forma como el liberalismo pretende resolver el conflicto democracia-ciudadano: “protegiendo” al ciudadano de la política. Permítaseme, para tener una visión gráfica del problema, traer a colación, la historia de Kalil:
Un misionero llega a África con la misión de llevar la palabra de Dios a los aborígenes de una aldea perdida en la manigua. El misionero lleva seis meses tratando de explicarle a sus alumnos qué es una obra buena y qué una obra mala. Pasado el tiempo, decide examinar a sus alumnos y pregunta a uno de ellos:
Kalil, ¿qué es una obra buena y qué una obra mala?
-A lo que el aludido responde:-
-Una obra mala es que otro robe las vacas de mi señor…
¡Muy bien Kalil! Y, ¿Una obra buena?
-¡Que mi señor robe las vacas de otro!
Y es que para los liberales la pérdida de libertad empieza cuando las decisiones de otros, de la comunidad política, recae sobre mí y sobre lo que entiendo por libertad, y mi libertad aumenta cuando aumentan mis competencias, especialmente las que están excluidas por el contrato social. En estas condiciones, para los conservadores, los más liberales, es natural que la actividad política, antes que una garantía de libertad y convivencia, se entienda como un peligro, una amenaza a los intereses de las élites políticas y económicas.
La democracia exige la participación de todos en las decisiones que recaen sobre todos. Es decir que, han de ampliarse los ámbitos democráticos para revalorizar la participación ciudadana en la vida pública. La educación para la ciudadanía es básica si queremos priorizar la democracia participativa y hacer de las nuevas generaciones de ciudadanos personas comprometidas “CON LAS COLECTIVIDADES CON LAS QUE LES HA TOCADO VIVIR”.

Alejandro, piénsatelo bien, entre ejercer el derecho al voto o permitir que otros piensen por nosotros. Lo que debemos es ser más participativos.

Jolly Roger dijo...

Carlos,te confieso que ese día terminé votando, aunque por ninguno de los candidatos...La columna la escribí como un exorcismo de cosas que siento y pienso...Sin embargo, sigo pensando que la parte participativa de nuestra democracia es una ilusión, mientras la parte representativa siga teniendo tantas carencias. Cómo es posible elegir entre el malo y el peor?...Lo que tu dices es muy cierto, no podemos dejar que las decisiones las tomen otros y luego quejarnos; en este caso estoy viendo el abstencionismo como otro tipo de decisión, otra posición que también es política. Carlos, no votar no significa dejar que los otros piensen por nosotros, de hecho si hubiese votado por alguno de los pésimos candidatos que se lanzaron a la Alcaldía de Cali, solo estaría siguiendo el juego de los que quieren pensar por nosotros...

Prof. Milton Vidal dijo...

Texto polémico y para debatir largamente, como lo reconoce el propio autor. Me simpatiza el alegato con la visión adultocéntrica de la ciudadanía y con la crítica a la clase política. Mucho de ello es también válido para mi país. Por otra parte, una nueva legislación en curso lleva a Chile al club de los países en que el voto es voluntario y es en ese punto preciso donde tengo una discrepancia. Una buena pregunta es: a quiénes beneficia finalmente el abstencionismo ? Por supuesto, no comparto la descalificación de la ciudadanía ni de la nacionalidad por el no voto. Sin embargo, mi discrepancia es política con el no votar. Si para algo debe servir la democracia es para ponernos en igualdad de condiciones, a lo menos cuando votamos, y debe llamarnos muchísimo la atención el que los grupos dominantes se solacen con el no ejercicio del voto, aunque proclamen lo contrario. Lo dejo hasta aquí para no alargarme.

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