Viernes 10 Febrero 2012
La felicidad es lejana, cuando no es propia, mientras los miedos son cercanos, aun los lejanos.
El miedo contagia, la felicidad mucho menos.
Cada día se nos asusta más y aparecen nuevos motivos de consternación social. La actual sociedad de dominio de la técnica, los medios y la información, que se supondría haber superado ese padecimiento atávico de terror a lo desconocido, antes bien usa sus mismos instrumentos para generar más temores. Si uno, por ejemplo, sigue los telenoticieros nacionales en Colombia, una de las naciones campeonas en el subgénero terror, puede ver cómo las noticias se estructuran alrededor de temas miedosos. El año pasado lo terminanos con niñas violadas, en colegios, casas, por sus padrastros. Enero fue el de las balas perdidas, en la calle, buses, centros comerciales; febrero arrancó con quemadas de rostro con ácidos y, en fin, lo que era acción excepcional de un psicópata suelto se nos va metiendo en los espacios que se creían más resguardados. Y todos esos nuevos miedos son animados por nuestros monstruos mayores: Farc, bacrim, paras, narcos. O sea, tema no nos falta y el ingenio mediático sabrá encontrar su dosis cotidiana.
La pregunta podría ser esta: ¿por qué los miedos se propagan con más facilidad y certeza que otros sentimientos como la felicidad o la alegría? Si un televidente ve a un pueblo lejano bailando y festejando dichoso algún motivo, lo reconoce y puede pensar, lejano, "gente feliz". Pero si lo que observa es un terremoto, entonces puede sentir, cercano, "esto me puede pasar". Ello podría hacer pensar que la felicidad es lejana, cuando no es propia, mientras los miedos son cercanos, aun los lejanos. El miedo contagia, la felicidad mucho menos.
Es cierto que nuestra memoria humana es más susceptible de recordar las catástrofes y el dolor que los momentos apacibles, pero hay también una parte de la contemporaneidad que actúa a favor de la turbación. Internet, sea otro caso, ya tiene su propio miedo que se venía cultivando y al fin lo poseyó: conciencia colectiva de la corruptibilidad del sistema. El gran hermano que nos miraba distante se instaló como simple ladrón. Ahora entra a nuestras cuentas y nos saquea, nos borra. Se pasó del hacker al cracker, vulgar desbaratador de cuentas del ciudadano común.
Dos circunstancias ayudan a dimensionar el panorama. Nunca como ahora se ha usado el miedo como arma política y también es el hecho más rentable que tenemos, incluso más que la belleza. Ser bello atrae. Pero el miedo es más productivo porque nos mantiene alertas, en movimiento. Por esto define un tipo de sociedad global, que no es bella sino asustada.
El Alcalde de Bogotá acaba de anunciar que podríamos ser objeto de un ataque terrorista.
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