"Hombre y mujer no son más que significantes enteramente ligados al uso corriente del lenguaje", Jaques Lacan
Para controlar mejor: divide y etiqueta. Vuelve y juega: el capitalismo salvaje se arma de los discursos de género y orientación sexual para preservarse. Por ejemplo, basta con ir al supermercado para comprobarlo: ver la separación de alimentos para niños y niñas o mujeres y hombres, aunque sus componentes sean los mismos. Aunque no necesariamente esta división tenga ese fin conspiratorio, porque hay que reconocer que entran en juego factores de gustos y estéticas; sí habría que comprobar hasta qué punto hace parte de la voluntad propia de la persona, la necesidad de adquirir objetos o productos que no son necesarios para vivir; averiguar esto y evidenciar sino parte de un gusto sugestionado por la publicidad. Sigmund Freud insinuaba en el Malestar de la Cultura que: “La belleza no tiene utilidad evidente ni es manifiesta su necesidad cultural, y, sin embargo, la cultura no podría prescindir de ella”. Hasta qué punto, pues, esta necesidad de consumir tiene realmente qué ver con “lo bello” o lo “diferente” y gustamos de ella a través de los sentidos. Y sin embargo, resulta contradictorio para la lógica del capital salvaje -mas no para la de la sociedad, puesto que las necesidades sociales deben ajustar a las leyes y no al revés-, que el tema de géneros sexuales, se haya instaurado incluso en las economías, en un modelo que pese a ser estrictamente conservador, lo vende todo. Es decir, ya hay personas que siendo excluidas por hacer parte de la población LGBTI, han aprovechado su situación, ya no solamente como marginados que desean hacerse valer y ser reconocidos, sino que buscan incursionar como un nicho de mercado con una propuesta de negocio en la nunca antes tuvieron posibilidades de emprender a no ser de forma clandestina (Ver ejemplo).
En un sistema que margina a minorías –aunque sean la mayoría- por su origen étnico, clase social, color de piel y de orientación sexual; se entretejen discursos de dominación y segregación de quienes desean conservar el control –violencia a costa de todo para que las cosas se mantengan como creen que deben ser-, por encima de los discursos de reivindicación de aquellos olvidados o quienes van naciendo después de nacer, es decir, la ley de doble moral cae sobre aquellos que ahora tienen nuevas necesidades individuales o colectivas, y que su sistema obsoleto no los satisface por prejuicio, desconocimiento y egocentrismo.
Me decía mi colega Daniel Alzate a través de Facebook hace un tiempo, que yo había sido “llamado” para un comentario suyo en el que el día del hombre en Colombia, le hacía pensar qué era realmente ser un hombre. Eso me dio pie para escribir algo que venía pensando hace rato.
Desde la biología, el hombre a diferencia de la mujer, es lo que es por sus órganos genitales. En el reconocimiento legal, los términos de hombre o mujer, por consecuencia, van ligados a su encadenamiento biológico, que se reduce al reconocimiento como “persona”, en este caso “persona natural”: “Son personas todos los individuos de la especie humana, cualquiera que sea su edad, sexo, estirpe o condición” (Ver Artículo 74 del Código Civil). Y quizá se traba un poco la explicación si la persona nace hermafrodita y su deseo es ser reconocido ya sea como hombre o mujer. Tal es el caso de Claudette, una prostituta intersexual de Suiza: "nacido con genitales masculinos y femeninos, los padres de Claudette le asignan un género masculino cuando ella nació en Suiza en 1937, cuando el ser hombre era una clara ventaja. A lo largo de su vida, el género ha tenido un papel importante en la identidad de Claudette, aunque no definitorio: 'nunca me sentí mal por ser hermafrodita, son los otros que tienen un problema con él, no yo', dijo Claudette Delrieu. '... Siempre me he sentido como una niña y yo vivido mi vida en consecuencia. Tengo el sexo de los ángeles, ¿por qué iba yo a estar avergonzado de ella?'” (ver crónica completa). Esto supone que más allá de lo biológico, el lenguaje y la conciencia nos permite definir cómo nos vemos y construimos el mundo.
Por su parte, el biólogo chileno, Humberto Maturana, habla de cómo las cualidades maternales son las que nos han permitido sobrevivir y de una manera sana. Sin embargo estas cualidades, van en contravía de lo que debería ser el “mero macho” posicionado en la cultura patriarcal, es decir, el “hombre” muchas veces es entendido como: el líder, el seguro, el fuerte, el musculoso, casanova; desde luego, las concepciones pueden variar. Ajustándonos al “hombre macho”, resulta curioso, como lo menciona Henry Murraín Knudson de la Corporación Corpovisionarios en un foro de Cultura ciudadana en Cali, que: en “esta cultura de ‘machos’, la mayoría de los que golpean a sus parejas, son hombres inseguros”.
Este concepto de hombre “macho” es una receta que generalmente se cocina en la familia, por lo que el término “hombre” así como el de “mujer” y todo de lo que de ellos como seres se espera que sean, tiene una importancia vital en cómo son educados desde el núcleo familiar. Maturana menciona la importancia del rol maternal del padre y cómo la visión competitiva dentro de las familias, atenta a la vida sana: “yo distingo entre papá y padre. El papá es como la mamá. Si hay papá, por supuesto que es absolutamente necesario porque es una mamá masculina, y es porque la mamá femenina desaparece completamente. Pero el padre es una figura de la cultura patriarcal: es autoridad, exigencia. Y este padre, de nuestra historia, digamos, 40 años atrás, estaba en un conflicto: por un lado quería ser papá, pero por otro lado quería ser padre, quería representar la autoridad” (ver entrevista completa).
A su vez, la abogada mexicana Karla Lara, expresa que “el papá ha tenido roles dictados por la historia, la cultura y la costumbre: proveer, orientar, disciplinar, sostener emocionalmente a la madre, etc., pero son actividades que no son exclusivas del papá, como tampoco es exclusivo de la mamá el amar y formar a los hijos, porque todas las actividades alrededor de un bebé o de un niño, pueden y en el mejor de los casos, deben compartirse entre la pareja" (ver nota). Lo anterior, permite ver que diversas actividades o responsabilidades son asexuadas, es decir, un padre no va a dejar de ser padre por lavar la loza o trapear, así como una madre no será un padre por conducir carro o por trabajar para sostener a su familia.
Estos roles de padre y madre tienen que ver directamente de cómo percibimos y qué esperamos también del carácter de lo masculino y lo femenino y de cómo su instalación social, mediante roles, nos permite libertades pero también nos pone límites.
El sociólogo Anthony Giddens, ofrece al respecto una mirada no menos valiosa: “los grupos de estatus conllevan por lo general a un estilo particular de vida, es decir, pautas de comportamiento que siguen sus miembros. El privilegio que concede una posición puede ser positivo o negativo”, así, este estatus, funciona como una marca de caracterización social” (ver libro Sociología), lo que implica que debe haber indiscutiblemente una identificación en la sociedad que permita reconocer al individuo entre todos sus semejantes, porque así como la ley tiene como fin la igualdad de condiciones, también debe reconocer al individuo por ser lo que es sin anularlo o invisibilizarlo.
Un hombre no deja de ser hombre por ser considerado metrosexual o por tener comportamientos “amanerados” o una voz aguda, por ejemplo. O una mujer no será menos mujer por vestirse diferente al promedio de su género, o por tener comportamientos “toscos” o “bruscos” o por no maquillarse nunca.
Los prototipos de orientaciones sexuales y géneros están tan marcados dentro de la sociedad, que pareciera imposible salir de ella sin que nada tuviese una explicación con dichas connotaciones. Grandes aciertos tuvo Freud al mirar en el desarrollo evolutivo y biológico del ser humano, la instauración de un sistema psíquico que surgió por el paso de animal a hombre en el que un poco de represión o sublimación (e incluso hipocresía), son necesarias para sobrevivir en comunidad, y a su vez, el exceso de estas prácticas dentro de la cultura y la civilización, facilitaron la aparición de afecciones y patologías que no afectan normalmente a los animales. El éxito de Freud, está en haber identificado lo sexual como uno de los grandes tabúes, lo que carga consigo múltiples tensiones tal y como lo señalan los asexuales: "dentro de una sociedad naturalmente obsesionada con el sexo, para algunos podría resultar increíble que algunas personas simplemente no están interesadas en el sexo" (ver completo).
Ese rechazo por orientaciones sexuales, se vive incluso dentro de algunos círculos LGBTI, donde los transexuales son quienes han sido más violentados. Tal es el caso de “Catalina Ángel, una transgenerista de 27 años” a quien no dejaron entrar a Theatron, la discoteca gay más grande de Bogotá. Según “Federico Mejía Álvarez, abogado y experto en temas de género , explica que en ‘esta exclusión interna, un hombre gay que se siente "muy masculino", puede llegar a discriminar a otro hombre gay porque es muy femenino, es decir, las lógicas de los heterosexuales se reproducen en las lógicas de los homosexuales’ (ampliar informe).
El rechazo a las orientaciones sexuales, también parte desde la mirada de algunos psicólogos y psicoanalistas que consideran a algunas o todas esas tendencias como perversiones. Los bisexuales, por ejemplo, son considerados como personas que no deciden ser abiertamente homosexuales. Lo que supone entonces que detrás de su investigación, hay un discurso que intenta posicionarse como dominante y que invalida el reconocimiento de todas aquellas personas que difieran a su explicación. Así lo confirma el psicoanálisis freudiano retomado por Jacques Lacan: “en la represión Freud distingue el conflicto, en el interior del sujeto, de la bisexualidad (lucha narcisística para mantener su virilidad y suprimir, reprimir la tendencia homosexual)” (ver Seminario No. 1).
Por el contrario, Carl Jung, ex discípulo de Freud, tiene una visión quizá más “mística” y no por ello menos enriquecedora con su concepción del anima, alma femenina en el hombre, o animus, alma masculina en la mujer. Jung dice que el ser humano tiene ambas tendencias: lo masculino y femenino; y una de las grandes crisis en el hombre, es darse cuenta en algún momento pese al dolor de su ego, debe aceptar que tiene una esencia femenina (ver el problema de la mitad de la vida).
El tomar el carácter dual de la sexualidad ya no sería más un tema de denotación social, sino de carácter humano casi místico en el sentido de la evolución individual; así lo sugiere Dante en la película Martín Hache (Aristarain, 1997): "me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando veo a una mente que los mueve y que vale la pena conocer. Conocer, poseer, dominar, admirar. La mente Hache, yo hago el amor con las mentes, ¡hay que follarse a las mentes!" (ver fragmento).
El psicólogo y psicoanalista Luis Tamayo Pérez, a su modo de ver, considera que: “El sujeto no es masculino ni femenino. Es un efecto significante, ubicable en una red significante, cultural e histórico por ende. Ubicarlo de otra manera, como se hace habitualmente, es simplemente una falta de rigor. La mujer no existe, esa madre completante es sólo una fantasía, un objeto perdido que nunca se tuvo. Una fantasía. Y el hombre, ese dechado de potencia y poder, ese dotado de los órganos de la generación, ese padre ideal que puede conducir familias y legiones sin dudar y con eficacia… es sólo una ilusión digna de los hermanos Grimm. Y respecto a los sexos, esos definidos por su objeto de amor, tal como lo plantea Freud en sus Tres ensayos de teoría sexual, son muchos: heterosexual, homosexual, trasvestista, transexual, voyeur, sádico, masoquista, etc. Ese jardín de las delicias es realmente exuberante. No considero correcto confinarlo en un modelo bipolar” (ver análisis).
Cada persona es libre de adoptar una moralidad que le haga ser consecuente y responsable de las determinaciones que tome para su vida sin perjudicar a los demás. En esta visión ética y moral, la persona apropiada de su fiel pensar y actuar sano, daría ejemplo a los demás: cambiaría la estructura social desde su propio ejemplo. En este sentido, nos encontraríamos con un nuevo ser humano, revolucionario antes que a los demás; a sí mismo, para iniciar la difícil empresa que es vivir.
Mi colega Silvia Dangond Gibsone, fue la chispa para desarrollar este texto. Basado en su columna ‘Redefiniendo la masculinidad’, pensé que una vez adaptada la revolución (aceptación y trabajo) del sí mismo para permear el colectivo, es necesaria luego la toma de las banderas de la reivindicación de la mujer ante la agresividad del hombre o de quienes creen ser hombres cuando actúan de manera agresiva: “el significado de la masculinidad y los comportamientos negativos, agresivos e irrespetuosos ligados al concepto, están tan arraigados a la cultura de los hombres que es necesario permitirles un espacio donde se sientan seguros para que puedan hablar y liberarse de las cargas sociales asociadas a ‘Ser hombre’”.
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