Mi padre hace algunas noches me permitió escuchar música hecha por la comunidad Emberá que durante uno de sus reportajes matutinos él había grabado. Personas pertenecientes a esta comunidad indígena estaban en el calvario, cantando para recoger recursos y quejándose de haber sido despojados de sus tierras por el conflicto armado.
Luego de comentar un poco sobre el asunto pensé en la dimensión tan terrible que tiene el desplazamiento por el conflicto en la periferia Colombiana. El desplazamiento, entre muchas otras consecuencias, genera un impacto en las prácticas culturales y sociales.
En mi ciudad natal, Cali, encuentro a diario personas que han sido desterradas de sus territorios y se han visto obligados a migrar hacia la urbe a causa del recrudecimiento del conflicto armado en nuestro país. Más de 6’000.000 de victimas, reporta el centro de memoria histórica, ha dejado el conflicto armado en nuestra nación; si tuviéramos la densidad poblacional de Dinamarca, todos hubiéramos sufrido la crudeza del enfrentamiento armado.
Por otra parte, según el informe “¡Basta ya!”, el 90% del conflicto armado se concentra en la periferia, lejos de los centro de poder. Lejos del palacio de Nariño, lejos de el club el nogal, lejos del congreso de la república. Muchos de los citadinos no sufrimos en carne propia lo que los Emberá y cientos de miles de personas han sufrido y sufren a diario. A los desplazados no se les vulnera únicamente al ser despojados de lo que construyeron toda una vida, sino al ser humillados, golpeados y por de bajeados por un conflicto que perdió sus causas, su razón de ser e ingresó a un plano meramente económico basado en las actividades ligadas al narcotráfico.
En otro escenario, Santos y Zuluaga se disputan ferozmente la presidencia de la república, con maniobras cada vez más sucintas pero efectivas llamando a las emociones y al sentimentalismo patrio. Todo lo anterior en el contexto de una segunda vuelta que promete dejar por el piso, aún más, la credibilidad de la clase política colombiana. Se ha visto de todo en los últimos dos meses, injurias, infiltraciones, videos comprometedores, acusaciones sin pruebas, entre otros elementos circenses que hacen parte de lo que hoy se ha convertido la política en Colombia. No obstante, hay que ser completamente realistas y tener en cuenta el contexto en el que se enmarca un momento coyuntural de prima importancia como este; un momento donde como país nos vamos a jugar no sólo la persona que nos dirigirá políticamente el próximo cuatrienio, sino el futuro de la resolución del conflicto que aqueja al país hace más de 50 años. Así Zuluaga haya cambiado de postura durante la semana pasada, creo que muchos sabemos que él se enmarca en una política guerrerista propia de su mentor Álvaro Uribe. Por otra parte el candidato Presidente Juan Manuel Santos le apostó a los diálogos hace dos años y los ha mantenido contra viento y marea así como también los convirtió en su caballito de batalla buscando la reelección presidencial. En materia Económica y social no se distinguen mucho, pero creo que el país hoy se está jugando la metodología para afrontar el problema que ha dejado más de 220.000 muertos y como ya lo comenté, millones de víctimas a lo largo del territorio nacional, sin contar los frenos a la economía y el desarrollo nacional.
La izquierda en cabeza de Clara López e Iván Cepeda por una parte y por otra de Jorge Robledo, claramente más radical, ha tomado rumbos distintos. López y Cepeda le apuestan a la paz de Santos y Robledo y la izquierda más radical al abstencionismo y al voto en Blanco.
Ambas posiciones son completamente entendibles y respetables. Pese a esto Robledo ha recibido un sin número de críticas por inconsecuente y dicen en algunas columnas que se pifió. Creo que lo que hace el senador es algo muy respetable, y por demás consecuente con su caudal electoral.
En ese orden de ideas, mi posición va más allá de filiaciones partidistas o alistamientos programáticos. Hoy soy crudamente pragmático. En contraposición a William Ospina que palabras más palabras menos dijo que, es preferible tener arriba al Ubérrimo Uribista porque es el “malo conocido” que a un camaleónico Santos que sería el “bueno por conocer”. Quiero decirle que también hay élites mafiosas que han querido gobernar las naciones y durante ocho años, Uribe, demostró, entre otras cosas, una marcada contravención hacia las leyes, la institucionalidad y los contrapesos políticos dejando muy frágil la institucionalidad de la nación.
Mi invitación es apostarle a la paz, apostarle a no ver más Emberá en las calles a causa del desplazamiento, fuera de sus territorios, desarraigados de sus prácticas y con un dolor de patria inconmensurable; un dolor que muchos de nosotros los citadinos no alcanzamos a sentir ni entender. Atado a esa invitación, les tengo otra aún más importante; ser políticamente activos y responsables durante el próximo cuatrienio. Así y sólo así vamos a empezar a recorrer un largo camino que apenas se está acordando en La Habana. Votar por la paz no es sinónimo de agachar la cabeza y someternos a las directrices Santistas, es apostarle a los diálogos, a una salida negociada a más de 50 años de dolor y comprometernos con nuestra nación, esta que sólo vamos a construir haciendo oposición efectiva, siendo activos y comprometiéndonos con nuestra tierra del olvido.
miércoles, 4 de junio de 2014
Los Emberá y la tierra del olvido
Por Camilo Medina.
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