A fuerza de oír a muchas personas de diversas edades, jóvenes y viejos, hombres y mujeres que la política no sirve para nada, que no les interesa, que es un rollo, que solo sirve para que algunos desaprensivos se aprovechen de los bienes públicos, tengo la sensación de que algo está fallando en el concierto ideológico y practico de los partidos políticos, en la educación política de las nuevas generaciones de ciudadanos y en la estrategia general del Estado para acercar al ciudadano a las responsabilidades que le exige la sociedad como miembro de la colectividad en que vive.
Desde luego que si la concepción de la política fuera para los partidos y sus militantes la de su simple aspecto inmediato, transeúnte y mecánico; si la concepción de la política se encerrara en el ominoso cerco de las habilidades tendenciosas, malabaristas y espurias que suele ser a veces el contenido de propósitos de dirigentes a los que les falta esa pulsión dinámica y palpitante de saberse parte integral del conglomerado social al que representa; si la política fuera para quienes la ejercen tan solo la manera de concitar fuerzas y voluntades con la perspectiva de logros inmediatos, para encausar intereses económicos, para favorecer apetencias personales o simplemente electoralistas de pequeñas camarillas, podría haber razón para el desconcierto y el desanimo general de los ciudadanos. Pero, creo en mi fuero interno que, nada más alejado del propósito común de la política, no es ni puede ser la descrita sino aquella que busca el bien común y lo aplica equitativamente entre los ciudadanos. Por ello no cabe el quebrantamiento de la voluntad, ni la suplantación de los ideales y sus predicados, ni el desfallecimiento en la batalla en la consecución de resultados óptimos, frente al legitimo contradictor, que nos permitan acceder al poder.
Tenemos la obligación de insistir machaconamente que la más noble de las expresiones de los hombres que viven en sociedad es la política y acotar, a renglón seguido, que estamos en las antípodas de quienes creen ingenuamente que elevando plegarias -desde la más rancia antigüedad, para que cesen entre los hombres odios y rencores, el contraste de las pasiones, de las ideas diversas y de la formas como enfrentamos- concebimos y proyectamos la vida en sociedad.
Es verdad que hay espíritus generosos que quisieran que se evitará el enfrentamiento ideológico entre los partidos. Que fuera posible lo que algunas personas, seguramente con buena fe y poco análisis, han dado en llamar: “gobierno de unidad nacional”, “pacto de gobernabilidad”, etc., etc. sin comprender que estos buenos propósitos solo conducen, por falta de partidos de oposición bien organizados, al silencio de las conciencias olvidadas y angustiadas para repartirse, sin ningún control, la cosa pública en provecho de turbias ambiciones económicas y sociales. De ahí la importancia de acceder al poder con el respaldo de las mayorías.
La existencia de los partidos políticos, de sus fuerzas contrapuestas, de sus diversas ideologías, de su concepción diversa del mundo y de la vida obedece a un proceso de razón de lógica social profundo sin el cual el devenir histórico de las naciones se vería truncado o permanentemente paralizado a falta del impulso vital de las ideologías.
La pervivencia de los contrastes ideológicos de los partidos se arraiga profundamente en los albores de la civilización occidental y explica, por ello, la existencia equilibrada de los pueblos sujetos a este proceso. La razón de los partidos y de las ideas encontradas cuando ya se mueven por verdaderas causas y conductos ideológicos, tienen tanta razón de ser en el proceso de la integración social como las fuerzas del amor y el odio en las relaciones interpersonales, porque solo la razón del encuentro de fuerzas contrapuestas logran la unidad y el equilibrio que los conglomerados sociales necesitan para su subsistencia y sin las cuales sería inevitable la carnicería permanente.
La política, los partidos no son invenciones momentáneas. El contraste de las ideas, la lucha dialéctica, no son valores de paso que puedan ponerse al margen, ni es posible, cuando los partidos, o uno de los bandos en conflicto tienen un impedimento en el plano de las ideas, caso en el cual una de las fuerzas en liza le arrebate el liderazgo, las banderas al otro, indicando sin lugar a dudas que el otro bando claudico o abandono sus lineamientos ideológicos, por lo que su persistencia dentro del conglomerado político y socialmente civilizado deja de tener vigencia. Es entonces cuando el contraste ideológico tiene mayor razón expresando, sin lugar a otras interpretaciones, la validez del presupuesto democrático. Ni los Estados totalitarios, ni las fuerzas opresoras que siempre han existido a través de la historia, han podido anular el contraste beligerante de la ideología entre los partidos, por ser ellos los intérpretes de las diversas concepciones de la vida social a lo largo de la historia y en todos los lugares del mundo.
La democracia reside perentoriamente en la existencia de unos partidos políticos poseedores de una ideología con la cual gobiernan, y otros partidos, con unas ideas con las que se sitúan en la oposición, de ahí el valor de su pujanza y permanencia malogrando las transitorias debilidades de dirigentes estrechos de mentalidad y con desmedidas ambiciones. El partido opositor vive y debe vivir para la oposición, con el idealismo de sus mejores convicciones poniendo un freno y un dique natural a las ambiciones desmedidas y a la abulia que se apodera siempre de los hombres que gobiernan. Y entre el equilibrio ponderado del gobierno y sus razones de mando y la controversia que brota de la oposición que censura, critica, lucha y hace de fiscal de la sociedad en los cuerpos colegiados se forma, como en una labor de ganchillo, el progreso social de la nación, siempre y cuando los partidos no se presten a los juegos marrulleros de los grupos de presión que siempre están ahí, queriendo meter basa buscando canonjías bajo las sombras del poder.
Tan esencial y necesaria es en la vida de los pueblos la actividad política, la lucha ideológica como la pugna por el poder. El progreso de los pueblos se mide por la valía de sus dirigentes, por la mesurada concepción de sus estadistas, por el impulso y la vitalidad vehemente de los partidos que gobiernan y por la racional oposición de quienes se oponen para impedir la degradación o la pereza de quienes gobiernan. Por todo ello es incomprensible, no se entiende o no tiene razón de ser, la pulsión reiterativa de un alto porcentaje de la sociedad en el sentido de que LA POLITICA NO ME IMPORTA. No es agradable escucharlo porque nos llevamos el amargo presentimiento de que las nuevas generaciones de ciudadanos están nutridas en la inanición pasional de las ideologías políticas. Para ellos la política no existe. Para ellos la política es la expresión de la corrupción. Para ellos la política esta ejercida por demagogos y ladrones. Para ellos la política es la satisfacción de desmedidas ambiciones. Para ellos los políticos deben ser puestos al margen de la vida pública y social. A todos ellos, a los que tienen la concepción de que la política no sirve para nada los invito a que en lugar de silenciar sus gargantas nos acompañen, con su concurso, a cambiar lo que no nos gusta y a mantener vigentes todas aquellas conquistas conseguidas en duras luchas sociales: Seguridad social, educación, salud, pensiones, igualdad de derechos etc., etc... Nunca se debe olvidar que el pueblo, los ciudadanos, son superiores a sus dirigentes como tantas veces defendió Jorge Eliecer Gaitán. Que podemos cambiar las cosas pero que estos procesos no se dan por generación espontanea sino mediante la lucha activa y coordinada del organismo social, que es un proceso histórico que no está en las manos individuales transformar o modificar, por ello es importante tu presencia permanente en las actividades sociales orientadas a mejorar las colectividades en las que nos ha tocado vivir... Y por fin, después de un trabajo honesto, concienciado y meditado, con nuestra presencia en las urnas por ser el único lugar donde podremos transformar y mejorar, para nosotros y para las nuevas generaciones, nuestro medio de vida.
domingo, 4 de diciembre de 2011
¿Para qué sirve la política?
Columnista Carlos Herrera Rozo.
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