Profesor del programa de Antropología
Universidad Icesi - Cali
Miembro del Centro de Pensamiento Raizal.
(Ver en Medvedkino)
Basta con echar una rápida ojeada al lenguaje que empleamos habitualmente para demostrar la ubicuidad de las metáforas visuales. “Ver” y “mirar” por ejemplo. Para nosotros el “ver” tiene relación con el registro de lo visual en términos sensibles, mientras que el “mirar” tiene relación con el “darse cuenta”. Así cuando generalmente “vemos” lo que hacemos es capturar información de lo visible y cuando “miramos” construimos interpretaciones de lo que “vemos”.
Más interesante puede ser encontrar que el “mirar” -la interpretación, esta estrechamente relacionada con lo “admirable”. Darnos cuenta “de” se vincula secretamente con aquello que nos sorprende visualmente. Esta vinculación es aún más sugerente cuando la apreciamos en conexión con otras lenguas. Así nuestro “mirar” esta vinculado con la palabra “mirabilía”, (lo “maravilloso”), expresión que vale la pena recordar seria cotidianamente utilizada en los días del encuentro entre Europa y America. Siguiendo con este ejercicio, el latín “mirabilía”, hace parte de una misma constelación de significantes al lado del francés “merveille” y del ingles antiguo “marvail”; los cuales en nuestros días, nos resuenan por medio de una industria cultural de innegable influencia en los circuitos de consumo masivo, se trata de la empresa norteamericana de comics “Marvel”. Lo visual en esta pequeña etimología de lo imaginario, vincula el conocimiento de lo sensible, con lo maravilloso, lo admirable y con el consumo cultural de los comics.
A esa impregnación ocular del lenguaje hay que sumarle el cúmulo de lo que podrían denominarse prácticas sociales y culturales imbuidas por lo visual. Para Hans Belting, el ser humano es el lugar de las imágenes, y es en cierto modo, un organismo vivo para las imágenes. Lo anterior se torna comprensible si se piensa que a pesar de todos los aparatos con los que en la actualidad enviamos y almacenamos imágenes, el ser humano es el único lugar en el que las imágenes reciben un sentido vivo: imagen-cuerpo, imágenes-dioses, guerra de imágenes, imágenes-recuerdo e imágenes-sueños. Entonces, si pensamos que el terreno de las imágenes, entendidas en tanto mediaciones simbólicas, son el campo en el que se definen los gustos (las industrias culturales), la política (los estados de opinión) y el arte (la intermedialidad), quizás podamos decir hoy, con un mayor grado de certeza que la pesadilla de Guy Debord se formaliza en la medida que nos sumergimos de lleno en un entramado de relaciones sociales mediadas por la espectacularización de sus simulacros, o de sus formas simbólicas.
Desde otro ángulo de observación, menos pesimista quizás, también podríamos coincidir con Martin Jay, en que dada nuestra extraordinaria variedad y variabilidad de prácticas visuales podemos afirmar que las culturas de nuestro tiempo son cada vez más “ocularcéntricas”, o dominadas por la visión.
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