La seguridad democrática se incluye entre esas palabras cajón de sastre a las cuales ya casi nadie prestamos atención puesto que nos son familiares y, por lo mismo, a veces, demasiado extrañas, tan acostumbrados estamos a la represión. Erigida en prioridad política desde hace unos cuarenta años, esta nueva denominación del mantenimiento del orden a menudo cambia de pretexto (LA SUVBERSIÓN POLÍTICA, EL “TERRORISMO”, EL COMUNISMO, LA IZQUIERDA, LA CRIMINALIDAD COMÚN, EL PARAMILITARISMO, ETC, ETC...), pero conserva su propósito: controlar a las poblaciones e impedir su libre y normal desarrollo de conformidad con EL PACTO SOCIAL QUE SE HA DADO PARA VIVIR EN CONVIVENCIA. Para comprender y desbaratar la razón de la seguridad del Estado, hay que entender su origen y remontarse a finales del siglo XVIII…y siguientes…
Fue George Washington, protestante convencido que dispuso que en su losa funeraria se reprodujera Juan 11:25-26, el que afirmó que “la verdadera religión proporciona al gobierno su más seguro apoyo”.
"El gobierno no es una razón, tampoco es elocuencia, es fuerza. Opera como el fuego; es un sirviente peligroso y un amo temible; en ningún momento se debe permitir que manos irresponsables lo controlen".
Samuel Adams, uno de los principales provocadores del movimiento de independencia con sus The Rights of Colonists as Subjects (Los Justos Derechos de los Colonos de su Majestad) (1772) no sólo vio con claridad que el poder tenía que estar dividido y separado a causa de la Caída sino que además indicó que los derechos de los americanos “pueden ser mejor entendidos leyendo y estudiando cuidadosamente las instituciones del Gran Legislador y la Cabeza de la Iglesia cristiana, que se encuentran claramente escritas y promulgadas en el Nuevo Testamento”.
“No se necesita una mayoría para prevalecer... sino más bien una minoría furiosa, incansable, deseoso de establecer brushfires (INCENDIOS) de la libertad en las mentes de los hombres”.
Patrick Henry –que en una carta a su hija escrita en 1796 enfatizó que la religión era mucho más importante que la política– afirmó categóricamente: “los hombres malos no pueden ser buenos ciudadanos. Es imposible que una nación de infieles o idólatras sea una nación de hombres libres”.
"Los caballeros pueden gritar Paz, Paz-- pero no hay paz ¡De hecho, la guerra ha empezado! ¡El próximo vendaval que venga del norte traerá a nuestros oídos el ruido de armas entrechocando! ¡Nuestros hermanos ya están en el campo! ¿por qué permanecer aquí inactivos? ¿Qué es lo que desean los caballeros? ¿Qué prefieren tener? ¿Es la vida tan preciada, o la paz tan dulce, como para que se compre al precio de cadenas y esclavitud? ¡No lo permitas, Dios Todopoderoso! No sé qué camino pueden tomar otros; pero en lo que respecta a mí, denme libertad o denme muerte".
Alexis de Tocqueville, el erudito liberal que estudió la democracia como pocos, pudo escribir de los Estados Unidos: “el modelo bíblico de “una ciudad en la colina” era el objetivo relevante de la acción política. Los predicadores puritanos pidieron el establecimiento de una “Santa comunidad” gobernada según los modelos derivados de los principios cristianos de moralidad y justicia”.
“El comercio es el enemigo natural de todas las pasiones violentas; hace a los hombres independientes los unos de los otros y les da una alta idea de su importancia personal, que les lleva a querer gestionar sus propios asuntos y les enseña a tener éxito en ellos. Por lo tanto, los inclina a la libertad, pero poco a la revolución”.
Por añadidura, en no pocas ocasiones, la lucha por las libertades acabó reduciéndose a un enfrentamiento feroz entre un deseo de la iglesia católica de mantener privilegios frente al empuje de la masonería y el comunismo que la veía como a una rival peligrosa, pero que tampoco aspiraba a la democracia sino a un gobierno en la sombra con ropajes democráticos, además de los mezquinos intereses privados que exigían, de los partidos políticos, su cuota en el reparto del pastel del Estado. El resultado de ese trasfondo fue lo mismo el Terror de la Revolución Francesa que desembocó en la dictadura de Napoleón que el proceso independentista de Hispanoamérica dirigido por una Logia masónica – la Logia Lautaro – a la que pertenecieron Bolívar o San Martín entre otros y en cuyas constituciones se indicaba taxativamente que no habría democracia tras la desaparición del poder colonial español sino un gobierno en la sombra sostenido, entre otras circunstancias, por un control de los medios de comunicación y de la hacienda pública por los intereses privados. Entre esas concepciones y el espíritu de los puritanos media un abismo y no debería sorprendernos que los resultados hayan sido tan diferentes a lo esperado.
La Doctrina de la Seguridad Nacional en Colombia es un modelo político y militar, fruto de la guerra fría, diseñado por Estados Unidos para ser aplicado sobre América Latina con el fin de detener la consolidación del “comunismo” y los movimientos sociales progresistas en esta parte del globo después del triunfo de la Revolución Cubana hacia los años 60. Empero pese a la caída del muro de Berlín tal modelo ha sobrevivido en el sistema político colombiano a lo largo de su historia; cobrando especial vigencia bajo el signo de la Seguridad Democrática con el Presidente Alvaro Uribe Velez, que bien puede dibujarse en el siguiente dialogo:
El Gobernador:
-Vuestro gobernador os saluda y se alegra de veros reunidos como de costumbre en estos lugares, en medio de las ocupaciones que constituyen la riqueza y la paz de Cádiz. No, decididamente nada ha cambiado, y eso es bueno. Los cambios me irritan, me gustan mis costumbres.
-Un hombre del pueblo:
-No, gobernador, nada ha cambiado en verdad, y nosotros los pobres podemos asegurártelo. Los fines de mes son bien apretados. Nos alimentamos de cebolla, pan y aceitunas, y estamos contentos de saber que otras gentes comen siempre el domingo puchero de gallina.
Esta mañana ha habido ruido en la ciudad y por encima de la ciudad. En verdad, hemos tenido miedo. Hemos tenido miedo de que algo cambiara y que, de repente, los miserables se vieran obligados a alimentarse de chocolate. Pero gracias a tus cuidados, buen gobernador, se nos hizo saber que no ha ocurrido nada y que nuestros oídos habían oído mal. Otra vez nos sentimos seguros contigo
-El Gobernador:
-El gobernador se alegra mucho. Nada bueno hay en lo nuevo.
-Los alcaldes:
-¡Bien habló el gobernador! Nada bueno hay en lo nuevo. Nosotros, alcaldes, con la sabiduría que confieren los años, queremos creer que nuestros buenos pobres no han querido adoptar un aire irónico. La ironía es una virtud que destruye. Y un buen gobernador prefiere los vicios que construyen.
-El Gobernador:
-¡Durante la espera, que nadie se mueva! ¡Soy el rey de la inmovilidad!...-
Tomado de El Estado de Sitio, espectáculo en tres partes, Albert Camus, Alianza Editorial, Madrid 1972
Mirar detrás de las palabras para saber lo que realmente se dice es una costumbre poco habitual entre los seres humanos, sin terminar de comprender que de tarde en tarde, las palabras cambian su contenido transformándose al mismo ritmo en que la sociedad cambia de modas, valores y costumbres. Por ello nos es tan difícil a veces comprender en el argot político lo que el líder de turno quiere significar en su discurso, tanto más cuanto que, lo que dice, difiere en lo fundamental de lo que piensa movido por intereses ajenos, por su propio interés o por desconocimiento, o conocimiento a medias, de los principios ideológicos que defiende. Así. por ejemplo, hablar de la palabra Democracia nos remitiría a la Grecia de hace 2500 años y a su iniciador Clistenes quien dio los primeros pasos dándole a sus “ciudadanos” cierta participación en el manejo de la COSA PUBLICA. Luego pasamos por los criterios ideológicos de Platón y Aristóteles, Maquiavelo y, de sobre salto en sobre salto, llegamos a los siglos XVIII Y XIX y a los nuevos pensadores del Estado como Locke, Hobbes, Voltaire, Rousseau, Hegel, Kelsen, Marx y otros que, de sus lecturas deducimos las diferencias de criterio que le dan contenido, según el autor, a la palabra Democracia.
De la misma forma podemos proceder con el vocablo LIBERAL, hoy tan en boga en todas las gargantas, pero cuya comprensión, aun para los expertos, es cada vez más difícil dado a la multiplicidad de matices que se le ha dado a su significado. Realicemos un pequeño recorrido por esta acepción a través del tiempo:
A finales del Siglo XVIII los pensadores de la Ilustración Stuart Mill, Adams Smith, John Locke, Hume, Voltaire y otros consiguen, con sus nuevas teorías, que este vocablo cambie su naturaleza que hasta entonces estaba orientado a significar al hombre que era de espíritu abierto, tolerante y amplio, en las relaciones con los demás, sin ninguna connotación política ni religiosa. A partir del Siglo XVIII con dicho vocablo se significo la lucha contra la esclavitud, la servidumbre y la intervención del Estado en los asuntos privados, defendiendo la propiedad privada, la competencia, el libre comercio, el individualismo y el rechazo a los dogmas y el absolutismo. En el siglo XIX se entiende por liberal al libre pensador, laico, que cree en la necesidad de la separación de la Iglesia y el Estado, la educación libre que permita al hombre emanciparse del oscurantismo medieval que aun arrastra, la eliminación legal de los regímenes totalitarios que permitan la eliminación de los enfrentamientos civiles. El Liberal se convierte en el defensor de los derechos humanos y de la democracia como producto DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA y las nuevas ideas de los enciclopedistas.
El siglo XX se inicia con la difusión de las ideas Marxistas y el socialismo; los liberales influidos por los más radicales y los economistas al servicio del poder financiero desdibujan el sentido político del movimiento apartando cada vez más al estado de sus obligaciones de arbitro entre la sociedad y el buen desarrollo del sistema económico y la propiedad privada sin perder de vista el interés general. El liberalismo deja de ser la vanguardia política al compartir con los conservadores la defensa del Capitalismo y de los mercados alejados del poder regulador del Estado, en el entendimiento, según su criterio, de que los mercados por si solos, sin la intervención estatal, están en capacidad de regularse a sí mismos y de equilibrar y repartir la riqueza entre la sociedad quitándole al fisco, vía impuestos, la justa redistribución del ingreso. La polarización del sistema comunista obliga a gran parte de sus afiliados a la creación del socialismo democrático y a tomar posiciones centristas más acordes con el interés de las mayorías sociales y a convertirse, por fuerza, en el representante de los intereses populares. La desnaturalización de las doctrinas liberales, el apego a tesis económicas alejadas de su propia ideología para ganar votantes dentro de las grandes fortunas, consiguieron crear el dogma inédito, hasta entonces, de que el liberalismo garantizaría la libertad de mercados y la resolución con ello de las diferencias sociales. Con tales dogmatismos han confundido su campo de acción con la derecha política e inclusive con el neo-fascismo a través del neo –liberalismo defendido, por unos y por otros, a expensas de ingentes sacrificios sociales. Hoy es tal la confusión de los diferentes roles ideológicos de los partidos políticos que Gobiernos como el de Pinochet en Chile, Margaret Thatcher en el Reino Unido, Reagan en Estados Unidos, Santos en Colombia o Rajoy en España son liberales gracias a las privatizaciones de las empresas públicas, a la reducción de los derechos laborales de las clases trabajadoras, al impulso del individualismo y de la libertad sin fronteras de los grandes capitales y grupos financieros sacrificando, sin esperanzas, a los que menos tienen y a la oprimida clase media. El liberalismo que debía proteger a un amplio espectro de la población que por principios ideológicos compartía un denominador común se plegó a los intereses. Económicos y abandono los principios sociales propios de su corpus programático. En algunos países desarrollados, con democracias estables, socialistas, socialdemócratas, liberales y conservadores han establecido consensos que permiten cierta estabilidad política e institucional que le dan equilibrio a las políticas sociales y económicas amenazado hoy por el neo-liberalismo, el neofascismo, grupos de ultraderecha y comunistas a ultranza que aun luchan por mantenerse dentro del espectro político contemporáneo. Es verdad que el comunismo ha desaparecido como régimen político pero también es cierto que las causas de su aparición, de su poder de conquista de la conciencia social aun sigue vigente mientras no desaparezcan las grandes desigualdades sociales que le dieron origen al movimiento.
En América Latina la estabilidad política sigue siendo precaria, los riesgos de regresión a épocas oscuras siempre están presentes, la cultura democrática dentro de las distintas clases sociales es escasa, opaca y deformada; como ejemplos de democracias asentadas en América Latina podrían citarse a Uruguay y Costa Rica. Es cierto que las dictaduras en esta parte del mundo han desaparecido pero perviven las diferencias sociales, las desigualdades económicas y culturales dentro de los diferentes grupos sociales del continente haciendo cada vez más precaria la estabilidad política y más difícil de erradicar los movimientos subversivos y ciudadanos que exigen mayor participación política y un mayor consenso en las decisiones que afectan a todos los ciudadanos por igual sin que encuentren eco dentro de la clase política. Al parecer la clase política no ha entendido, quizás debido a su presencia permanente generación tras generación en los puestos de comando, que la democracia para serlo obedece a la permanente participación ciudadana en las grandes decisiones del Estado y no solamente en las elecciones. Cuando los gerifaltes de la política comprendan que el libre disenso, la libertad ideológica, social, cultural, económica y la justicia social hacen avanzar las sociedades hacia un mayor principio de equidad en la riqueza, en derechos, en oportunidades y, por consiguiente, en la coexistencia pacífica con respeto al contrato social no saldremos del subdesarrollo, del populismo, del clientelismo y de los conflictos sociales que impiden el normal desarrollo de la democracia y de la sociedad.
En estas últimas tres décadas el desmantelamiento del Estado ha estado a la orden del día. El neo liberalismo ha impulsado la idea de que el Estado debe reducirse al máximo para que sea eficiente permitiendo que los grandes grupos financieros multinacionales, industriales y comerciales tomen el control de la economía, incluidos los servicios públicos, con el argumento de que los mercados se regulan solos permitiendo una mayor y mejor distribución de la riqueza en un régimen de mercado libre, universal, para darle paso a las compañías multinacionales, en donde, por convenios multilaterales que rozan lo inconstitucional, se proteja y se respete la propiedad privada. Al estado solo le quedara, de continuar con este proceso, el ejercicio de la fuerza, el orden público y el establecimiento del orden legal ciego y cojitranco toda vez que la salud y la educación paulatinamente han ido pasando a manos privadas. Este tipo de reformas sin consenso social han producido más mal que bien polarizando la sociedad y los partidos políticos tanto de derechas como de izquierdas prestándole un flaco favor a la democracia y permitiendo, a petición de parte interesada, que los gobiernos refuercen la seguridad para mantener el orden publico a expensas de los derechos personalísimos de los ciudadanos, violando los derechos humanos y la legalidad vigente. Es prudente recordar aquí a Benjamin Franklin quien afirmaba:
“No es posible que nosotros hayamos pensado en someternos a un Gobierno que con el mayor desenfreno, salvajismo y crueldad ha quemado nuestras ciudades indefensas, excitado a los salvajes a asesinar a nuestros pacíficos labradores, a nuestro gobierno que aún ahora está trayendo mercenarios extranjeros para anegar en sangre a nuestros colonos. Estas atroces felonías han extinguido la última chispa de afecto por ese país pariente que tanto amamos en otro tiempo...”
Volviendo a la Seguridad Democrática vale tener presente, según nos cuenta Ryszard Kapuscinsky, que en enero de 1974 el general Abebe Beleta se detuvo en el Cuartel Gode durante una visita de inspección… Al día siguiente llego al palacio de el Emperador de Etiopia: el general había sido arrestado por los soldados, que le obligaban a comer lo mismo que ellos. Unos alimentos en estado de putrefacción que algunos temen que el general enferme y muera. El Emperador envió una patrulla aerotransportada de su guardia personal, que libero al general y lo llevo al hospital. Esta historia nos pone al frente de la realidad que hoy vivimos en muchos lugares del mundo donde por imposición y para preservar intereses privados el Estado endurece las normas de convivencia violentando la legalidad constitucional que juro defender. El neoliberalismo y la Seguridad Democrática se han emparentado para impedir el acceso de los ciudadanos al ejercicio pleno de sus derechos democráticos.
Luis Carlos Restrepo antes de entrar a formar parte del gobierno de Uribe como Alto Comisionado para la Paz escribió en su libro “Mas allá del Terror” Abordaje Cultural de la Violencia en Colombia que, “La violencia en Colombia es un mecanismo para la conservación de prejuicios y jerarquías. La fragilidad de nuestra vida civil reside precisamente en la tentación de los estadistas a inclinarse por la represión y la guerra cuando se sienten acorralados y confrontados. El líder aparece entonces investido de una fuerza sanadora que le permite recurrir a la violencia para “proteger la integridad del cuerpo social”. La negrilla y el entrecomillado es mío. Este fragmento nos revela la verdad de la Seguridad Democrática, sin olvidar que el New York Times dedico a la ley de Justicia y paz un editorial titulado : “Colombia Capitula ante la Mafia Terrorista” en el que afirma que debería llamarse “la ley de la impunidad para asesinos en masa, terroristas y grandes narcotraficantes.
De todo lo anterior se deduce que en Colombia la violencia política ha corrompido a la democracia. Los crímenes y las amenazas de muerte determinan quien controla el poder y la riqueza, hechos que se manifiestan en la estrecha relación entre los grupos paramilitares, los partidos políticos, las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, las élites económicas y el ingreso al país gracias a convenios multilaterales de las compañías multinacionales.
Lo que está en juego es el futuro del país: si sus instituciones podrán librarse del control de quienes recurriendo al crimen organizado mantienen el ejercicio del poder. El tema de fondo en Colombia, a día de hoy, va mas allá de salvaguardar el proceso de paz, aunque también, y de poner en negro sobre blanco toda la verdad y garantizar la justicia por las atrocidades cometidas. Si lo conseguimos habremos salvado las instituciones democráticas alejando el país y a las nuevas generaciones de ciudadanos de la violencia política, de la corrupción generalizada y del baño de sangre que durante tanto tiempo hemos padecido.
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