Estudiante de Ciencia Política
Universidad Nacional de Colombia – Sede Bogotá D.C.
Hace unos días estaba sonando una cuña publicitaria en Radioacktiva que es, básicamente, una parodia del conocido realitie show de Caracol Yo me llamo, cuyo título difiere en solo una palabra, que es lo suficientemente significativa no solo para cambiar el sentido de una frase sino para convertirla en la más odiosa y refrita; solo con escucharla, el ser más noble se envilece y el desempleado que ha tratado, por mucho tiempo, de entrar al mercado laboral se desmoraliza totalmente: Yo te llamo. No estoy tan seguro de esto, pero casi todas las personas de esta ciudad –quién sabe en el resto del país- independientemente de si trabajan o no, debieron escuchar este producto del rebusque o, tal vez, de las malas intenciones de los empleadores. Quién sabe.
La dinámica de una entrevista de trabajo depende del tipo de empleo que se está buscando y de los requisitos que hay que cumplir para obtenerlo; en ocasiones se hacen unos exámenes sicotécnicos y de aptitudes y luego se hace una entrevista personal –o grupal- con el/la encargado/a de la contratación –su actitud durante el momento es algo que puede tensionar al aspirante y condenarlo al fracaso-; en otras es suficiente con que esto último suceda; o también, junto con lo anterior, se presentan una pruebas en las que se miden las capacidades de los entrevistados en el desempeño de la labor a la que aspiran; a veces no es necesario nada, sino que se vincula laboralmente a los empleados con relativa rapidez. En casi todos estos casos, exceptuando este último, el aspecto en común es que, después de la entrevista, ya casi terminando todo, el/la encargado/a pronuncia esta nefasta frase que también aparece en el audio de esa emisora radial: “No nos llame, nosotros lo llamamos”. Los argumentos o complementos que se utilizan difieren de cada escenario particular, pero la situación que viene después para todos y todas es la misma.
Desde ese instante aparece un estado de zozobra, de incertidumbre, en el que las personas no saben que es lo que pasará luego. Solo los adivinos –apuesto que no han de existir- pueden predecir el futuro. Se teme lo peor, pero también se presiente lo mejor. Esos momentos son de sentimientos tan encontrados que nadie podría determinar si estar con esperanza o resignarse a seguir buscando empleo. Los que son afortunados recibirán esa dichosa llamada y sabrán lo que tienen que hacer para firmar el tan anhelado contrato. Los que no lo son tanto, o para nada lo son, se dan cuenta pronto que tendrán que continuar con esta ardua búsqueda. Lo peor de todo este embrollo es que los no contratados no sabrán jamás el motivo por el que terminaron “en las mismas”, y por tanto, no tendrán la posibilidad de corregir el/los error/es para posteriores ocasiones.
También, de por sí, es terrible que no se sabe la causa por la cual esta frase se pronuncia tantas veces que se convierte en una de cajón. Al principio dije que era, probablemente, producto del carácter malintencionado que algunos empleadores deben tener o del rebusque ante la falta de palabras más “esperanzadoras”. La verdad, no lo sé. Podría haber más motivos como la necesidad de evaluar a cada postulante –como me dijo mi hermana alguna vez- o mirar cual será el paso a seguir. No lo sé. Sin embargo, esa impaciente espera se torna larga y, reiterando, solo termina cuando la tal llamada llega, o de lo contrario, se hace tan eterna que no solo no habrá nada que hacer –por el momento- sino que, después, será necesaria la continuación de la búsqueda y el pasar por esta situación tantas veces hasta que se obtenga un empleo.
Una propuesta para los entrevistadores en particular y las empresas en general: deberían hacer que los postulantes puedan llamar y saber por qué si o por qué no van a ser contratados; gracias a ello, tendrán la oportunidad de reconocer sus errores y mejorar para la próxima entrevista. Si no quieren hacer eso, llamen a las personas con este mismo fin. Solo, por favor, no vuelvan a pronunciar aquella horrible frase que lo único que logra es que los desempleados de esta ciudad, tal vez del resto de país, la sigan embarrando una y otra vez y no puedan conseguir un trabajo. Y al gobierno nacional, debería crear mejores condiciones para que los ciudadanos no tengan que hacer el famoso “rebusque” y puedan obtener empleos dignos.
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