Estudiante de Ciencia Política
Universidad Nacional de Colombia – Sede Bogotá D.C.
Bogotá está polarizándose por la situación del alcalde Gustavo Petro. En el fondo lo sé, porque situaciones como esta hacen que la gente no tenga más opción que escoger entre uno u otro bando, a pesar de que hay alternativas como la abstinencia –aunque Néstor Morales diga que es solo otra expresión de apoyo a Petro-. Ahora, con la estancada revocatoria de la Procuraduría General de la Nación y el referendo próximo, la gente de esta ciudad se está dividiendo entre los petristas, quienes consideran que el alcalde ha hecho una buena gestión y que la “oligarquía” lo quiere tumbar por ayudar a los más pobres; y los antipetristas, quienes dicen que ha sido uno de los peores alcaldes, y cuyo gobierno se caracteriza por la improvisación e ineficiencia a la hora de aplicar sus políticas, y para algunos, la intransigencia del burgomaestre.
De todos los debates que se han hecho en torno a este evento queda una simple pregunta: ¿quién tiene la razón? Ambas partes esgrimen buenos argumentos porque se basan en hechos y en el derecho interno e internacional. Sin embargo, están marcadas por cierto orgullo que se manifiesta por las connotaciones de cada una de ellas: por un lado, los defensores de Petro cometen el mismo error que él, y es atar su destino político al proceso de paz –algo que, de por sí, es grave- y al buen desarrollo de la ciudad y de la democracia; su catalizador es la visión de “mártir” –por cierto, de izquierda- que ha transmitido a través de sus discursos. Y por otro, los que están en contra suya también exageran en algo: afirman que Bogotá está en la peor crisis en muchos aspectos aparte de los anteriores –improvisación, ineficiencia e intransigencia-, de los que resaltan la seguridad –exageración porque, según un informe de la periodista mexicana Carmen Aristegui que salió el año pasado, la ciudad no está ni siquiera entre las ciudades más peligrosas del mundo- y la movilidad –exageración porque no es culpa exclusiva del actual mandatario, sino de alcaldes anteriores, empezando por Samuel Moreno-, entre otros. Ambos comparten una equivocación y es que consideran, respectivamente, que su expulsión o su permanencia en el Palacio Liévano implicará una situación muchísimo más crítica a la que, en verdad, considera cada parte. Por eso, especialmente, dicen firmemente que tienen la razón.
Alguna vez, hablando con una amiga, me dijo que temía que, por esta situación, hubiera otro bogotazo como el del 9 de Abril, pero se retractó de sus palabras. Estas no dejan de ser inquietantes porque el referendo revocatorio se acerca cada vez más, a pesar de que será el 6 de Abril, y las campañas respectivas ya empezaron. Puede que haya algunos roces o enfrentamientos entre los contrincantes, pues ambos defenderán su posición a capa y espada, pero esto no debe ir más allá llegando, incluso, a la violencia –no faltan los radicales que siempre hay dentro de estos grupos…-. Menos mal, hasta ahora, nadie ha hecho un llamado al desorden y la persecución aunque, por lo álgido del evento que en sí mismo se caracteriza así, algo podría ocurrir, así no pase de los insultos mutuos en las redes sociales.
Por ello, y como ciudadano bogotano, hago un llamado a las partes y a los conciudadanos a que voten en la revocatoria si lo desean, pero que no piensen en hacerlo por Gustavo Petro, ya sea porque lo aman o porque lo detestan, ni mucho menos creyendo que su caída será el punto final del proceso de paz o que su continuidad será peligrosa para la institucionalidad del Estado y el cumplimiento de las leyes, como lo consideran algunos de sus contradictores. Y además, que generen debates civilizados en torno al tema, sin generar violencia o actos de intolerancia de ningún tipo. Lo que importa es Bogotá, y las personas, adeptas o no, opositoras al alcalde o no, en sí, los que voten, deberían tener eso en cuenta y ver este referendo no tanto como un campo de batalla entre la oligarquía y la izquierda, sino como una oportunidad para decidir que es lo que quieren para la ciudad.
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