domingo, 24 de julio de 2011

Ensayo (rabiosamente personal) a Cali.

Columnista Catalina.

OJOS NOVATOS

Escribir sobre Cali no es fácil, intento inventarme cualquier cosa con respecto a esta ciudad, pero estoy tan poco impulsada al respecto que tengo la impresión de que en esta maldita Cali no pasa nada digno de ser contado, que ya se ha dicho todo: lo bueno, lo malo y lo feo. Realmente no es así, es sólo que mi estado catatónico de rechazo no me permite concebirlo de otra manera. Entonces, si no puedo engendrar aquella idea original que dé para escribir algo decente, voy a recurrir a mi inflexibilidad, aunque no sea más que un despliegue pasional y caprichoso.

No hay nada para mí en esta ciudad que no pueda encontrar en alguna otra parte del mundo a excepción de la comida. Si me fuera a Islas Fidji, mi paladar se pondría nostálgico, porque es mi sentido más hogareño y el que más malacostumbrado está.

Me cuesta ser objetiva (dejar la primera persona), pero no me interesa serlo, y lo que este pensando Ud. desprevenido lector se puede convertir en las peores impresiones de un ensayo formal. No tengo licencia para decir este tipo de cosas, no tengo la agradecida osadía que le reconocen a Virginia Woolf, ni la admiradísima ironía de Wilde, mucho menos el alcance de sus nombres. Pero, que más da, la luz de esta vela cibernética que no parece agotarse aún, la infertilidad se pronuncia en un paseo por la ciudad.

Mientras el transporte público me regalaba atisbos visuales de las calles amarillas, vivas pero cojas, me convencía de que este intento de urbe estaba dividido en partículas fachosas (de facha) y lujosas, como una bola de mercurio presionada contra la piel se disuelve incontable, unas partes de la ciudad se reproducen exactas en distintos lugares. Un barrio de clase media-baja en el norte de Cali, es casi igual a uno en el sur, igual de estrecho, la ropa en las ventanas, demasiadas personas en un cuarto caluroso y húmedo, donde la piel se me torna untuosa; la única diferencia es su olor. Me molestan, soy algo fóbica al bochorno, me pone de mal genio y odio este agujero. Un barrio de clase media-alta también es igual, un carro que se deja en la calle, un french puddle con moño, alcanza para el jamón y el café descafeinado, pero el agua llega con menos presión en el quinto piso. No hay nada más, los ricos son ricos, los pobres aun más. Al menos la ventana del bus era generosa.

Cali me gusta, o más bien me conformo con ella, porque me acostumbre a subsistir en sus entrañas, es la única ventana al mundo que en este momento poseo y la aprecio. Mi vista se eleva a través de estos edificios para buscar al cielo que le corresponde. Es lo que más me agrada de esta ciudad, el cielo, cuando es azul, blanco o negro, cualquier combinación es posible y agradable.

A quienes han dejado la ciudad, he preguntado si la extrañan, y dicen que a ratos, algunos sólo quisieran regresar por razones personales, es decir, familia, amigos, y el estilo de vida con el que crecieron, rumba, trago y vagancia. Entonces, ¿no tengo razón al decir que aquí hace rato no pasa nada nuevo? ¿Que se agotaron las novedades? siempre nos toca siempre el refrito más quemado de la originalidad. ¿La segunda ciudad más violenta del mundo? Esa fama ni nos va, ni nos viene, estamos habituados a todo esto, por completo familiarizados... Ahora que lo pienso, lo que necesita Cali ésta noche, es una mirada foránea, una mirada nueva que la descubra y la desnude, una mirada que no se haya cansado de verla día tras día, hueco tras hueco, puta tras puta, una Cali recién desempacada una y otra vez, evidenciando su belleza escondida y perdida por aquellos que no podemos ver si no los avances de su miseria. Alguien que venga de otra parte, un lugar no muy esplendido para que no la rechace a la primera, y mi pobre Cali se quede con los crespos hechos, lista para la conquista. Un extranjero proveniente de otra cultura, para que encuentre a los bailaderos y night clubs toda una riquísima perla sociológica, que detalle cada sucia esquina y vea su marginada nobleza. Alguien que se divierta plenamente con los espectáculos circenses y callejeros mientras espera el cambio de semáforo, que aprecie el abundante servicio de limpia-vidrios creyendo que es una ciudad muy graciosa y amable. Necesitamos una mirada que sepa que esta no es su casa, que aquí no tiene ni padre ni madre, y que la vea, de verdad la vea.

Seguramente ese hombre en el asiento junto a la puerta estaría de acuerdo conmigo en que Cali tuviera momentos de gloria en los ojos ajenos, un visitante no se quedaría dormido de esa forma tan desparramada en el trayecto, no por desconfiado (aunque debería estarlo) si no por curioso y voyerista, se sentiría atraído por las fugaces imágenes que se ven pasando, como el preámbulo de un documental amarillista.

Que bien se veían esos gringos caminando por el centro, completamente rojos por el sol y vestidos como si estuvieran en la playa, observando todo con esa parsimonia, tomando fotos a lo que para mi ya no existe, y lo mejor, hablando con la gente como si fuera la más fascinante del mundo, como si cada palabra que ellos no logran comprender del todo fuera un mágico conjuro sudaca, la más excitante entrevista. Me gustaría ser ellos por un ratito, haber si acepto el flirteo de estas vacías avenidas.

Cuando ya me tocaba bajarme, me dieron ganas de pararme en mitad del pequeño pasillo del bus y decirle a mis inconscientes compañeros de ensimismamiento que se volvieran turistas por un día, que se recrearan con los afiches en la parte trasera del puesto del conductor, que los encuentren folclóricos, no ordinarios. ¡Flaco! ¿Va para Univalle? Haga de cuenta que es su primera vez con ella y trátela bien, dígale que está bonita. Les quise decir miraran el cielo y lo encontraran especial, que escucharan salsa como si fueran rusos o checoslovacos... pero no, como no soy ni histriónica, ni líder inspiradora, preferí descender como cualquiera, callada y haciendo equilibrio al frenazo. Solo ahora en esta catarsis de inacción y desgano me siento con el valor de recomendarles que se saquen los ojos tan atollados, cansados y gastados de Cali, y se pongan otros, unos forasteros, unos novatos, para verla mejor.

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