Viernes de Cali en únicas horas desde donde se disfruta la ciudad, arboles y viento produciendo ese aroma, ese ambiente, ese saborcito de satisfacción de fin de semana, la calle con su gris inconfundible y algunos baches de colores de ausencia fueron mi acuarela, camino hacia el instituto nacional de medicina legal y ciencias forenses.
Sin preocupaciones ni afanes, la mirada cautiva de muchas ambulancias y personas esperando por reconocimiento de cadáveres me llevaron al ritmo de una nube con paciencia, hacia un lugar en el que nunca me propuse ir un viernes, no por ser viernes. La energía de violencia y final se convirtieron en atmósfera de curiosidad, reflexividad y excitación hacia lo hasta ahora desconocido.
Increíble y vergonzosamente hasta un punto mínimo, mi ignorancia por este lugar fue lo que hizo de mi viaje algo interesante para contar. La casita pequeña con personas pequeñas me hizo una cara de no – bienvenida, proporcionándome alas inquebrantables para seguir mi instinto curioso y explicativo de asuntos ajenos.
Un pasillo de puertas muy cerradas indicaban la hermeticidad del sitio y sus habitantes que combinaban con la pared fría de granito gris y madera en la mitad, me hacían suponer un incesante aburrimiento pero un aire de misterio, un patio con una mesita para colorear me trajeron polvo de infantes probablemente ausentes en su totalidad, lo digo así porque se me hace muy difícil imaginarme niños pequeños en un lugar tan sombrío que con solo pasar se me oscurecía el sol interno.
Yo, sentada en la primera de 4 filas de 5 asientos cada una, solamente jugaba con mi pelo y me comía los deditos el índice y el gordo, así fue durante 10 minutos de mi larga hora de espera, antes de pasar donde el médico legista que daría un dictamen sobre mis lesiones causadas hace 7 meses.
La espera aburrida y plana empezó a ponerse colorida y montañosa cuando por el pasillo vi a un personaje de ojos claros, cara de Bull terrier, estatura baja y camiseta verde fosforescente, que al parecer no venía por su complacencia, sino que venía acompañado por un policía y dos sujetos mas, con características parecidas a las suyas. Los tres individuos que llegaron a mi temporal contexto destilaban calle y despedían un olor a perversidad en sus caras de naturalidad.
Los tres sentados detrás de mí, solo se conformaron con molestar al policía, jugando a niños malos y sin modales, pero se les acabó su diversión cuando llego la mamá de uno de ellos, quizás -y así lo dijo la mujer-, la madre de "el más malo". Una señora con aspecto muy cansado y solo preocupada por tratar de mostrar una autoridad casi perdida, frente a mí y al policía, solo decía, dirigiéndose a su hijo: - por su culpa me van a terminar matando a mí, ¿usted qué cree que yo me tengo que esconder?, si Dios me protege, no le tengo miedo a nada, con usted ya se perdió todo el tiempo ya no queda de otra, es por su bien y el de todos, haga de cuenta que es como el internado en el que estuvo.
Después de 5 minutos esa barrera que separaba mi escenario y el de aquellas personas, se fue cayendo con una corta conversación, en la que me di cuenta que los 3 a los que había dado la espalda en esos 5 minutos no eran más que 3 pequeños criminales, 3 diferentes procesos, 3 diferentes historias que habían terminado en medicina legal. No para tantear sus perjuicios, sino para evaluar los que ellos habían causado a otras personas, sin querer supe que uno de ellos sin tener cédula de ciudadanía aún, ya tenía otra forma mucho más patente de identificarse, a los 16 años ya tenía "un muerto encima", un hijo por el que no asumió responsabilidad y una trayectoria que más bien parecía no pertenecerle por escogencia, sino por ocupaciones crueles, almanaques destruidos, abusos múltiples, estampillas en el alma y rayones en el cuerpo. Cuando te encontrás con personas así, en lugares como ese: totalmente al descubierto, sin fingir sino como son sus vidas en realidad, al desnudo, es cuando entiendes la importancia del destino, el azar, la suerte, así como también la jerarquía de las ocurrencias de donde se nace y se vive. Si no fuera por esto, a lo mejor los 16 años de este reducido cumulo social, no sorprenderían tanto a personas como yo, que tanta falta me hace untarme más de Cali y renunciar a lo que te pintan como "pulcro" para apreciar belleza sin tanto maquillaje y Photoshop.
Después de tener un leve contacto con estos personajes, supe que muchos años de mi tiempo he desperdiciado viendo a gente como ellos sin detenerme a pensar que también son personas, que sienten y que por mas "malos" que sean siempre tendrán o tuvieron sueños así como vos y yo. Con una mínima pero notable diferencia las vidas de los 3 que me encontré ese día son muy parecidas a las de muchas personas, que se ven en las calles y pasan desapercibidas o en nuestra mente son solamente las ratas que roban billeteras, celulares y plata. En ese momento confirmé que por más rencor que uno tenga por sucesos desafortunados, relacionados con personajes así, no se puede señalar a nadie como malo, culpable, delincuente, criminal, nocivo, bueno, benéfico. Hay que dejar a un lado la visión de la vida bíblica, para tratar de entender las cosas que hacen a la sociedad una sociedad, pero también es imposible dejar de sentir rabia en los momentos que son más probables de encuentro con personas así. Las emociones que tenemos son las que nos hacen ser humanos, la combinación de racionalidad y pasión es la que en este momento me hace pensar de una forma menos agresiva sobre lo que la ley llama "delincuentes".
domingo, 10 de abril de 2011
Sin preocupaciones ni afanes
Por Juliana Salazar Figueroa.
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