Era el final de la vida en la tierra como la conocíamos. De siglos atrás sabíamos ya, basados en datos científicos, sobre la inminente catástrofe que se acercaba. Lejana pero velozmente una gigantesca estrella mantenía su trayectoria en dirección al sol, lo destrozaría, nos volvería una nada, la radiación nos mataría en cuestión de segundos si no huíamos. Hace doscientos años resultaba imposible darnos a la fuga, salvar lo más que se pudiera y partir de esta tierra.
Teníamos suficiente tiempo, un temeroso conteo preciso de doscientos treinta y cuatro años, nueve meses y dieciséis horas, más unos agotados minutos y segundos que contaban su historia, o el final de nuestra historia. A tumbos las mentes más brillantez se agolpaban en los laboratorios más avanzados en todas las ciencias, todas las ingenierías, dedicamos nuestras vidas, me incluyo en ese largo experimento, de miles de científicos involucrados a lo largo del tiempo, sorpresivo y abrazador que nos llevo a trabajar por nada, nada cuantificable monetariamente, trabajamos por salvaguardar la raza humana. Cien años bastaron para encontrar solución a los lugares para habitar, medios de transporte, entre otros.
En cien años la tecnología daba pasos agigantados y logramos, con una capacidad aproximada al noventa y dos porciento recuperar los datos terrestres, en las naves se podían ya transportar una gran cantidad de seres humanos. Cabe anotar que buena parte de quienes se quedaron en la tierra, lo hicieron bajo propia voluntad y un pequeño porcentaje no tuvo otra opción. El sistema fue sencillo, una rifa decidía la suerte de todos, incluso quienes colaboraron con la culminación de este proyecto tenían que someterse a la rifa con la posibilidad de quedarse. Ricos y pobres convivieron juntos, el desespero transforma pensamientos al punto de devolver la categoría de humanos a la humanidad, la muerte inminente, tal vez la sensación de esa inminencia borra estándares sociales y quienes accedían a quedarse, lo hacían para dar a paso a familias que iban a perder a sus hijos o ser separadas por el azar de una balota.
Faltando cuarenta años y seis meses, que importaban ya los días o minutos, ni qué hablar de los segundos, partían las naves a un planeta que se adecuaba desde hace treinta años atrás, no podríamos decir que todo era júbilo, puesto que no era lo mismo que mudarse de casa o cambiar de carro o qué sé yo, no existe un comparativo semejante a tal suceso.
Un grupo de científicos, entre esos me incluyo, nos quedamos en una nave auxiliar, queríamos documentar el acontecimiento. Conocíamos en teoría lo que sucede cuando dos grandes masas de energía colisionan, habíamos presentado ilustraciones digitales de lo que pensábamos ocurriría, pero presenciarlo a la distancia era algo distinto. Faltando una decena de años partimos, sintiendo el infernal caldero en que se tornaba la tierra, que en estos momentos tenía dos soles, lloramos las vidas de colegas y desconocidos que morirían en la tierra, seguramente mucho antes del accidente.
Desde una distancia prudente observamos la estrella acercarse, nuestro diminuto sol se fue tornando ovalado con una tendencia hacia el masivo astro. Velozmente los cuerpos celestes chocaron y ondas de radiación salían disparadas desde el centro del acontecimiento, los planetas habían comenzado arder cuando faltaban tan sólo un año aproximadamente, aquellas ondas terminaron por arrasar con lo que quedaba del sistema solar. Todo fue polvo entonces.
En ese momento supimos que debíamos movernos o moriríamos, a pesar de la distancia. Los cálculos siempre fallan y la fuerza del impacto podría dañarnos gravemente, así que nos resguardamos detrás de un colosal planeta, sabíamos que su magnetismo nos mantendría a salvo, todo eso en cálculos hechos sobre la marcha, cuando las ondas de la explosión pasaron, supimos que estábamos a salvo, pero también que algo nos había sucedido. Continuamos el viaje con una extraña sensación, nuestras partículas vibraban distinto, todo comenzó cuando se nos hizo innecesario hablar, en vez de eso tuvimos la capacidad de leer las vibraciones electromagnéticas de la mente, nos entendíamos perfectamente. Todo esto causó un poco de confusión dentro de todos los tripulantes pero nos hicimos a la idea de que el choque con las ondas era la causante y debíamos descubrir que más había causado.
Un colega y yo nos mantuvimos en silencio mientras seguíamos nuestro curso, entonces el me dijo, más bien pensó, que si era posible leer nuestras vibraciones energéticas, resultaba entonces sumamente normal lograr incidir en el estado de la materia con nuestro pensamiento. El experimento lo llevamos a cabo junto con un tercer científico que se nos unió, en un principio resultó extremadamente difícil concentrarnos en transformar un objeto hasta que los tres nos fuimos sintiendo más ligeros a medida que nos fuimos conectando, nuestros pensamientos eran una sola idea. Nos hicimos nada o al menos transparencia, no nos veíamos pero seguíamos ahí, como energía y pensamiento. Fue casi un juego lo que hacíamos hasta que logré salirme de la nave, continuando el rumbo de la misma, por lo tanto no sólo alterábamos la materia, la podíamos teletransportar.
Incluimos a todo el grupo de la nave y les mostramos lo acontecido, nos fuimos conectando entre todos, cada uno tenía un conocimiento distinto pero logramos comprender lo que el otro sabía, era como si nuestras mentes fuesen memorias de almacenamiento a las que accedemos por información, mientras más lográbamos conectarnos más fácil resultaba lograr hacer realidad el pensamiento. No había envidia, pues todos, en resumidas cuentas, éramos uno, manteniendo nuestras individualidades.
Pasaron los meses sin haber llegado a destino, pero manejábamos mejor ese estado, al punto de poder, o más bien, lograr teletransportar la nave, en tan sólo unos segundos, a ese lugar donde debíamos llegar y donde nos esperaban los demás exhabitantes de la tierra. Sorprendidos nos preguntaron por lo que había ocurrido, el porqué de el rápido y repentino titilar de nuestra nave a las afueras del planeta sustituto. Les contamos lo acontecido, la explosión de la que tuvimos que huir, buscar refugio y cómo habíamos cambiado a razón de aquel suceso. En principio no nos creyeron pero debieron hacerlo, pues no sólo llegamos antes, sino también aparecimos repentinamente. Con un destello estábamos visibles en sus radares. Mostramos parte de lo que sabíamos hacer e intentamos ir cambiándolos, al parecer funcionaba; al igual que en la nave, a medida que nos conectábamos, mayor conocimiento ganábamos y resultaba más fácil transformar a nuestros coterráneos.
Logramos alterar las partículas a cada ser humano, eran nuevos, nacidos de nuevo, cambiados, transformados, mejorados, llámese como se le venga en gana, cada habitante nacido supo que lo siguiente era lograr transformar al planeta, hacer una tierra nueva. Sabíamos qué necesitaba una tierra capaz de albergar vida, cuáles eran las condiciones en cuanto a su posición frente a un astro luminoso como el sol, un segundo sol, la proporción entre la nueva tierra y su estrella, la necesidad de planetas mayores que desvíen la atención de asteroides y meteoritos, actuando como escudo, su ubicación en una galaxia tranquila, entre muchas más cosas, como cantidad de agua, la necesidad de un núcleo sólido de hierro, la formación de placas tectónicas y así sucesivamente.
Ubicamos un planeta y reordenamos tanto el funcionamiento de la galaxia como el del sistema solar, un sol adecuado para el tamaño del planeta, finalmente comenzamos a ir agregando lo necesario a la nueva tierra; meteoritos colisionando, partículas que lo van calentando, la creación de una luna y la absorción de un núcleo de hierro que se debe cristalizar, logrando así solidificarse. Las altas temperaturas que experimentaba el centro de la tierra sumado a la rotación del núcleo da origen al campo electromagnético que en la tierra nos mantenía alejados de las corrientes plasmas solares, además de contribuir a la conformación de placas tectónicas de la nueva tierra, posibilitando la evolución de los microorganismos de vida simple a vida compleja, dentro de la cantidad de meteoritos logramos que un buen porcentaje fuesen rocas de hielo que aportaron el agua necesaria para que desarrollase vida.
Todos estos acontecimientos se fueron gestados de manera acelerada, el tiempo había dejado de ser lo mismo para nosotros, digamos que no existía, debido a la cantidad de energía que nuestras mentes conectadas podía proporcionar a un mismo fin, el agua fue dotado de nutrientes gracias a los procesos de producción de energía por parte de microorganismos que absorbían los gases tóxicos y liberaban oxigeno, entre otros, la marea generada por la rotación de la luna arrastraba esos nutrientes a las costas, dando inicio a la formación de musgos y posteriormente las plantas, en el mar la vida que se gestaba conformó corales con sus desperdicios, también cuando se ubicaban sobre el lecho y junto a más microorganismos se alimentaban, liberando oxigeno. Poco a poco este proceso de fotosíntesis hizo que la tierra ganara un color más verdoso, viviendo en el mar pequeños anélidos y posteriormente artrópodos, frágiles criaturas que poblaron la tierra, dando paso a criaturas más grandes como peces y mamíferos. Todo el proceso evolutivo duro tan sólo unos años.
Cuando la tierra era completamente habitable nos preguntamos qué sucedería si continuábamos el proceso evolutivo hasta el hombre, si efectivamente existiría el hombre y si este lograba conformar todo lo que nosotros habíamos logrado. En ese instante regresamos a nuestro propio proceso evolutivo, comprendiendo que quizá y ese quizá era un “muy seguramente” nosotros habíamos recibido ayuda para alcanzar ciertos logros, por ejemplo: de ingeniería como las grandes construcciones o de química como la practica de la alquimia, cosa que no resultaba tan sencillo de desarrollar. Quizá nos habían visitado realmente otro tipo de seres, como nosotros y las construcciones apuntaban al lugar de su procedencia como las antiguas civilizaciones efectivamente lo afirmaban con la mayor naturalidad posible.
Nos hicimos a la idea de ser dioses y ayudar a la pobre humanidad naciente con los trabajos más complejos, mostrándoles siempre el proceso, logrando de ello su aprendizaje, pero no alterándolos molecularmente para que fuesen como nosotros cuando vivíamos en la tierra.
Ellos debía aprender al igual que nosotros, todo por su cuenta, tanto lo malo como lo bueno, un empujón inicial era suficiente pero de resto era un acompañamiento a distancia y con ciertos enviados que nos informarían. No era un gusto a sentirnos superiores, no, simplemente entendimos que si nuestros creadores nos confiaron la tarea de trascender a este estado, ellos, nuestra creación, lo lograría así fuese a través de un cataclismo como en lo acontecido con nosotros, quizá la historia sí tienda a repetirse y aclaro nuevamente, ese quizá resulta ser un “muy seguramente”.
miércoles, 19 de diciembre de 2012
El final de los tiempos
Columnista Nibega.
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