Sábado 07 Abril 2012
Se acabó la dolorosa e infamante película de los policías, soldados y políticos secuestrados durante años. ¿Se acabará también la tragedia de aquellos que padecen en silencio la extorsión de las Farc, mientras los mismos personajes de siempre insisten en llamar “prisioneros de guerra” a personas asesinadas a mansalva como el sargento Luis Hernando Peña, o “retenidos” a quienes son explotados en forma miserable por las Farc?
Aunque la vida sigue siendo dura para muchos de quienes regresaron a la libertad, la mayoría parece haber recuperado la posibilidad de reconstruir sus vidas. Otros han caído víctimas de la locura, de la desadaptación o de la incomprensión. Luego, que no nos vengan a decir que el drama del secuestro terminó para ellos cuando ya fuera por la acción militar, o el mandado interesado de doña Piedad y don Iván Cepeda, se producía el ‘milagro’ de su devolución.
Y, ¿qué pasa con los que pagaron su secuestro y no los devolvieron? ¿O con Peña, que según sus compañeros de Mitú fue asesinado debido a su supuesta locura? ¿Y qué de los miles de jóvenes menores de edad que son involucrados en la violencia? ¿Y de las niñas que son violadas por los jefes de la guerrilla, en ejercicio de un rito salvaje con el cual pretenden demostrar su supremacía, y mediante el cual sólo muestran su cobardía? ¿Acaso todo terminó el pasado lunes?
Esas son apenas muestras de las dudas que quedan después de culminar la entrega de los soldados y policías. Dudas que deben conducir a una reflexión seria para evitar que caigamos en el despeñadero de otro diálogo con las Farc, como lo pretenden quienes aprovechan el momento para darnos a entender que la liberación de los secuestrados fue un gesto generoso y desprendido. Nada de eso es cierto. Más aún, es otra celada de quienes usando la libertad que hay en Colombia, pretenden explotar el sentimiento de culpa que nos ocasiona un Estado que durante 200 años ha sido incapaz de imponer el respeto por la ley en todo el territorio.
Porque es allí donde está el punto crucial de la paz en Colombia. En tanto no entendamos que la ley es la garantía para la convivencia pacífica y su acatamiento la posibilidad de superar la violencia, seguiremos inundados de guerrillas y paramilitares, de bandas criminales, narcotraficantes y organizaciones de corrupción, que aprovechan las propuestas de diálogo, la debilidad institucional y el dolor de tantas muertes para hacerse perdonar sus infamias. Es allí donde los personajes de siempre, doña Piedad, o don Iván Cepeda, o los voceros de los paras, o cualquiera que hable para justificar la ilegalidad, se hacen importantes frente a un país confundido por el terror y la inmoralidad que lo acosan.
Alguien debería hacer la cuenta de cuánto le ha costado a Colombia su lucha contra las Farc. Así podríamos saber cuánto hemos perdido en defendernos de su locura y su barbarie, además de reconocer que su violencia le cerró las puertas a la izquierda democrática como alternativa de poder. Y cuánto esfuerzo, que deberíamos haber usado para combatir la inequidad, el atraso y la pobreza, hemos perdido en combatir la insania y el terror que ahora doña Piedad y don Iván pretenden ignorar para sentarnos de nuevo a negociar lo que es innegociable: el respeto a la vida, a la libertad y a la ley como el instrumento para vivir en paz.
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