viernes, 18 de septiembre de 2015

El inglés y los subalternos

Por Maria Isabel Galindo.
Estudiante de la Maestría en Estudios Sociales y Políticos

Reflexión de los textos: Cecilia Méndez (2010). "El inglés y los subalternos". En Pablo Sandoval (comp.) Repensando la subalternidad. Miradas críticas desde/sobre América Latina y Michel-Rolph Trouillot (1995). "El poder en el relato". En Silenciando el pasado Poder y producción de la historia. Boston, Beacon Press.

Cecilia Méndez, historiadora peruana de la Universidad de California cuyo trabajo ha estado inscrito en los procesos históricos de los Andes peruanos desde finales del siglo XVIII hasta el presente, invita a pensar críticamente en la manera en que los estudios subalternos y poscoloniales han dado forma a cuestiones que ya, desde la historiografía andina y la historia “desde abajo”, por ejemplo, habían constituido indagaciones fundamentales en torno al conocimiento del mundo y los sujetos situados más allá de Europa. En este sentido se pregunta, de la mano de Michel de Certeau y su reflexión sobre el lugar de producción de la historia, cómo se construyen y se valoran los diferentes lugares de enunciación desde los cuales se da forma al pasado. En su texto El inglés y los subalternos, uno de los capítulos de la compilación Repensando la subalternidad. Miradas críticas desde/sobre América Latina, en el que comenta dos artículos escritos en principio en inglés por Florencia Mallon (Promesa y dilema de los Estudios subalternos: perspectivas a partir de la historia latinoamericana) y Jorge Klor de Alva (La poscolonización de la experiencia latinoamericana: una reconsideración de los términos “colonialismo”, “poscolonialismo” y “mestizaje”), plantea una crítica a la extrema importancia que se le ha dado al término “subalterno” como innovación conceptual y supuesta subversión del conocimiento historiográfico. Su trascendencia y su extensa difusión, nos dirá Méndez, más que residir en una transformación epistemológica, radica en un espacio privilegiado de enunciación, tanto institucional como lingüístico, y en “un interés simultáneo por una historia desde abajo y una historia nacionalista, en un contexto de descolonización” (2009: 240).

Según la autora,

Los estudios subalternos son una corriente historiográfica surgida en la India, en 1982, cuyo principal objetivo fue escribir una historia que incluyera a los actores tradicionalmente marginados de ésta –a quienes ellos prefieren llamar subalternos– en un contexto de descolonización de este país surasiático del dominio inglés. La historia subalterna se propuso dotar a la India de una historia nacional propia, y aspiraba a corregir no sólo las versiones coloniales de la historia de la India sino su historiografía nacional, y nacionalista, caracterizada por su elitismo, a decir de Ranahit Guha, fundador de la escuela (Méndez, 2009: 209-210).

El propósito de que los marginados –o “subalternos”– protagonizaran la historia y fueran sus voceros, que ya había sido planteado por la historia social desde las propuestas de E.P Thompson, reforzó su influencia gracias al acercamiento a corrientes deconstruccionistas de mucha resonancia intelectual en Europa y Estados Unidos que ponían el énfasis en el análisis del discurso y no en la importancia de los hechos históricos, el trabajo de archivo y el trabajo de campo. La representante por excelencia de estos subalternistas-deconstruccionistas-posmodernos fue, según Méndez, Gayatri Spivak, quien puso en duda la posibilidad de que el subalterno pudiera dejar algún trazo en la historia siendo éste una entidad casi irrescatable. La desconfianza frente a este imperio del discurso, enmarcado dentro del “giro lingüístico” y el triunfo de la “posmodernidad”, es compartida por Méndez y por Mallon; sin embargo, las dos historiadoras se distanciarán en la medida en que, según aquélla, ésta no tiene en cuenta todo el bagaje historiográfico latinoamericano en su intención de poner a dialogar el sur con el otro sur: América Latina y los países del sur de Asia. Méndez concluye, respecto al tratamiento que le da Mallon a una especie de subalternidad latinoamericana sustentada exclusivamente en lo que se dice –y escribe– sobre América Latina desde Estados Unidos, que la autora chilena “peca de lo mismo que ella le increpa a Patricia Seed y al grupo subalternista latinoamericano, es decir, de pobreza historiográfica” (Méndez, 2009: 225).

Por otra parte, a través de la lectura que hace Méndez del artículo de Jorge Klor de Alva, de quien se aleja en algunos aspectos y se acerca en otros, tiene lugar el despliegue de su inquietud por una definición de América Latina en términos de la “poscolonialidad”. Desde el punto de vista de Méndez es peligroso adjudicar este concepto a espacios geográficos que todavía experimentan situaciones coloniales, además de la posibilidad de reducir la empresa colonizadora a las potencias europeas dejando por fuera, por ejemplo, la sutil –pero poderosa– dominación colonial que ejerce Estados Unidos sobre algunos países latinoamericanos. Arguye, también, que el uso de un concepto como pos-colonial implica una forma lineal de la historia en la que se suceden, en este caso, distintos momentos de “colonialidad”. A partir de estas objeciones, la autora plantea que la incomodidad que producen otros términos como “neocolonial”, propuesto mucho antes por la teoría de la dependencia, es aliviada por el uso de lo “poscolonial” y olvidada en medio del mercado académico de artículos, libros, congresos y grupos intelectuales.

Más allá de la intención de comentar los artículos de Mallon y Klor de Alva, el texto de Cecilia Méndez exhorta a pensar en la manera en que los estudios sobre “subalternidad”, que en tierras americanas han estado encaminados hacia la “poscolonialidad”, se han erigido como predominantes gracias a su adhesión a modas intelectuales como la deconstrucción posmoderna, a los lugares desde los cuales se han producido (sobre todo desde las universidades estadounidenses) y a la lengua con la que se han escrito. En este sentido, Méndez piensa en la necesidad no sólo de “descentrar Europa” sino de “desanglizar el conocimiento [como algo] imperativo para oír voces realmente diferentes. Porque el imperio de una lengua en la academia es también el imperio de una cultura y unos valores en esa lengua” (2009, 230). Considerando los mecanismos de poder y de prestigio que se mueven a través de la producción de conocimiento, la autora se pregunta por qué muchas de las propuestas de la historiografía andina que pusieron sobre el tapete cuestiones sobre el carácter político del sujeto campesino o la importancia del nacionalismo en la emancipación anticolonial –o antiimperialista–, que después los subalternos adoptarían como propias, no tuvieron la misma resonancia de estos últimos. Además de las construcciones historiográficas andinas y de la fundamental herencia de la historia “desde abajo”, Cecilia Méndez trae a colación la propuesta de Michel-Rolph Trouillot, antropólogo haitiano, como un ejemplo poderoso de una historia que se quiere por fuera de los límites que la historiografía occidental ha impuesto. En ninguno de estos tres planteamientos se echa mano del concepto de “subalterno” o “poscolonial”, una de cuyas trampas es considerar a los campesinos –y a otros sujetos coloniales– como entidades estáticas, sólidas, unificadas y esenciales, además de emancipadas de una opresión que pervive.

En el primer capítulo de Silenciando el pasado, “El poder en el relato”, Trouillot incita a pensar en el ejercicio historiográfico como una suerte de deconstrucción (o destrucción) de silencios. Al admitir que la historia –entendida como el proceso sociohistórico del pasado y como la narración del mismo– se edifica a partir de la elección y exclusión de hechos, de la decisión respecto a las fuentes y los archivos, de la elaboración narrativa y el sentido final que se le da al evento construido, el autor explica que

El poder es constitutivo del relato. Rastrear el poder a través de varios momentos simplemente ayuda a enfatizar el carácter fundamentalmente procesal de la producción histórica; a insistir que lo que la historia es importa menos que cómo trabaja; que el poder trabaja junto con la historia (…) (Trouillot, 1995).[1]

En este punto se encuentran las propuestas de Méndez y Trouillot, por quien la autora peruana muestra tanta admiración, para rescatar el carácter político (su relación con el poder) de la escritura de la historia y la relevancia del “lugar de producción de la historia” tomado de De Certeau. Además, para reiterar esta convergencia, Méndez nos dirá que la crítica a la concepción eurocéntrica de la historia, con la que ella está de acuerdo, “se viene logrando de manera más convincente en aquellos trabajos que (…) proporcionan visiones alternativas de la historia universal y de la modernidad desde las márgenes como lo hace magistralmente Michel-Rolph Trouillot (…)” (2009: 219).

La propuesta de los estudios subalternos en su ímpetu reivindicativo silenció, porque es inevitable, otras voces y otras formas de conocer el pasado, de reinventarlo. Cualquier camino historiográfico se desviará frente a unas posibilidades de narrar el pasado y se encauzará por otras. Existen distintas formas de recordar, como nos muestra Méndez en su alusión a Thomas Abercrombie y su estudio con una comunidad aimara en Bolivia, y de registrar lo que se recuerda: distintas formas de escribir la historia. Trouillot llamará también la atención sobre esto en su idea de que la narración de la historia es válida para una sociedad específica y que esa validez se confronta culturalmente en cada contexto; en este sentido, propone que la supuesta no-historicidad de los pueblos no-occidentales está ligada a la concepción de una historia lineal hija del progreso que desconoce que el devenir puede adquirir otras formas, distintas sinuosidades. Con Cecilia Méndez y con Trouillot puede aceptarse lo que ella propone sobre quienes dedican su vida a irrumpir en el silencio para describir algunas huellas:

Los historiadores, por lo general, permanecemos en la disciplina conscientes de que es una profesión a medio camino entre el arte y la ciencia; que trabajamos siempre con fragmentos de evidencias; que habrá siempre mucho de irrecuperable del pasado, especialmente en lo que atañe a los sectores más desventajados de la sociedad; que toda reconstrucción es interpretación y que los silencios hablan si sabemos escucharlos. Conscientes, al fin, de que nuestra reconstrucción inevitablemente fragmentaria del pasado es siempre una aproximación subjetiva, pero si es honesta, puede arrojar luces sobre lo que pensaban y sentían seres humanos que vivían un tiempo que no es el nuestro (Méndez, 2009: 214).

Bibliografía
Méndez, Cecilia (2009). “El Inglés y los subalternos” en Repensando la subalternidad. Miradas críticas desde/sobre América Latina. Lima, IEP, SEPHIS.

Trouillot, Michel-Rolph (1995). “El poder en el relato” en Silenciando el pasado Poder y producción de la historia. Boston, Beacon Press.

Notas a pie de página
[1] Este fragmento es parte de la traducción al español que hace Cristóbal Gnecco del texto original. Aparece en la revista de Arqueología Suramericana, julio de 2007. Pág. 179.

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