Estudiante de la Maestría en Estudios Sociales y Políticos
Reflexión del texto: Trouillot , M. (1995). Capítulos 1 y 2 “The Power in the Story” y “The Three Faces of Sans Souci”. En Silencing the Past: Power and the Production of History. Beacon Press, Boston, MA.
Trouillot fue un antropólogo haitiano, activista político y un académico comprometido quien dedicó gran parte de su carrera a reivindicar la historia de la revolución haitiana y la importancia de esta en los debates contemporáneos sobre la libertad y el Caribe. Dentro de sus trabajos más importantes se encuentran Controversial Issues in Hatian History (1977) y Silencing the Past (1995), textos que apuestan a una mirada diferente de la historia, dando voz a quienes han sido silenciados y otorgando acceso a la información a quienes se les ha negado.
Silencing the Past, es una propuesta importante sobre la producción del conocimiento y una invitación a reflexionar sobre la labor del historiador teniendo presente las relaciones de poder presentes en la construcción de la historia. En los capítulos The Power in the Story y The Three Faces of Sans Souci, el autor discute cómo las narrativas históricas se construyen a través de relaciones de poder que esconden desigualdades presentes en todos los momentos del proceso de producción, el cual inicia con la creación y recolección de los hechos y termina con la construcción de narrativas e historia. En estos dos capítulos, Trouillot primero expone cómo el poder determina no solo la producción del conocimiento sino el acceso a éste, poniendo como ejemplo el caso de Sans Souci, para luego hacer una invitación a un diálogo entre positivistas y constructivistas, que lleve a desarrollar una historia más consciente y transparente.
El autor comienza por aclarar que la historia es una mezcla entre lo que sucedió (el proceso histórico) y lo que se dice que sucedió (las narrativas), y que la diferencia entre estas no siempre es clara, lo que genera un ambigüedad al momento de construir conocimiento respecto al hecho. Esta ambigüedad ha sido abordada de diferentes maneras por positivistas y constructivistas, siendo los positivistas quienes toman distancia entre el hecho y las narrativas que se construyen alrededor de este, resaltando que el papel del historiador es revelar el pasado, tratando de aproximarse a la verdad y tomando distancia de dichas narrativas; mientras que los constructivistas no se preocupan tanto por proporcionar una verdad absoluta, sino que asumen la historia como una narrativa más, una ficción entre muchas otras, que responde a fines políticos específicos.
Independientemente de que ruta teórica se elija, existen reglas que gobiernan la construcción de conocimiento alrededor de los hechos, reglas que cambian según la época y la sociedad, y que buscan garantizar un mínimo de credibilidad y veracidad en la historia. Esa veracidad también es cuestionada por colectividades, quienes experimentan la necesidad de debatir ciertas narrativas y eventos, acudiendo a una responsabilidad política y social con ellos y la sociedad en general. Es aquí donde Trouillot introduce a los revisionistas, corriente teórica que se propone cuestionar ciertas “verdades” históricas y la relación entre hechos e ideologías.
En ese sentido, el autor hace una reflexión sobre el pasado colectivo. Primero nos recuerda que el pasado no existe independientemente del presente, sino que éste existe porque hay un presente que lo recuerda y lo pregunta. El problema de determinar que pertenece al pasado se agudiza cuando se habla de un pasado colectivo, pues decidir el inicio de una sociedad presenta el problema del hecho y las múltiples narrativas que se pueden construir a partir de este. Además, es importante anotar que no hay una correlación simple entre la magnitud del evento y su relevancia para las generaciones que lo heredan. El impacto que un evento específico tenga, depende, entre otras cosas, de las narrativas que se construyen por fuera de la academia, es decir, de una historia pública que se hace por fuera de estándares de veracidad y que puede llegar a tener mayor alcance que el conocimiento académico, pues hace parte de la cotidianidad de las sociedades y se expande a través de los medios, las películas, los museos, etc. Si bien el impacto de la historia académica ha aumentado a medida que la historia sigue solidificándose como profesión, ésta ha ignorado el hecho que por fuera de la academia también se produce historia, lo que para Trouillot representa un problema al momento de construir conocimiento, pues no reconoce que el historiador no tiene la última palabra y que el público también contribuye a la historia, dejando por fuera el hecho de que el proceso de producción está marcado por una serie de relaciones que responden a intereses de todo tipo.
Trouillot tiene como premisa que la historia es fruto del poder, el cual es constitutivo del relato ya que se encuentra presente desde el hecho mismo hasta la construcción de la historia respecto a este. El poder precede a la narrativa, y contribuye a su creación e interpretación. El poder comienza con la creación de hechos y de fuentes, pues los hechos se construyen incluyendo o excluyendo información, lo que plantea desigualdades desde el inicio, en la inscripción de los rastros. Lo mismo ocurre con la creación de las fuentes, pues al hacer archivo, hay una serie de operaciones selectivas que entran en juego, o al momento de construir una narrativa, ya que el historiador toma decisiones con base a su audiencia o al fin de su narrativa, decisiones que le brindan poder.
Esas relaciones de poder dejan en evidencia cosas que se dicen y cosas que se silencian. Los silencios son inherentes en la historia, pues no se puede acceder al pasado en su totalidad y es imposible decirlo todo. Las narrativas históricas son construcciones organizadas y conscientes de lo que se incluye y excluye, lo que no resulta problemático teniendo en cuenta las limitaciones del oficio. Lo que si debe tenerse presente es que esas decisiones respecto a lo que se silencia responden a intereses y a relaciones de poder y es a eso a lo que no se puede hacer caso omiso.
El caso de Sans Souci es un buen ejemplo de lo que se plantea lo largo del primer capítulo. La historia de la revolución haitiana también está marcada por relaciones de poder y desigualdades que excluyen información respecto a actores y eventos importantes para entender dichos eventos. Trouillot intenta construir una narrativa alternativa rescatando el papel que tuvo el coronel Sans Souci, y poniendo en evidencia la exclusión de éste desde la construcción de los hechos, haciendo especial énfasis en su muerte y las aparentes coincidencias entre él y el nombre de dos palacios, uno cuyo dueño fue el hombre que lo mató y otro que existe en Alemania.
La importancia de este caso radica en cómo Henry Christophe, un héroe de la revolución haitiana, silenció la lucha del coronel Sans Souci, al asesinarlo sin dejar rastro alguno y construir un palacio cerca al lugar donde sucedieron los hechos, dejando la duda sobre el nombre de su palacio, respecto a lo que muchos afirman se llama así en honor al palacio alemán y no por el coronel. Este acto simbólico, tomado quizás de un rito de una cultura africana, representa cómo desde el hecho mismo los actores no entran a la historia de igual manera. El poder y capacidad económica de Christophe permitió que su historia fuera conocida, dejando no solo su historia sino evidencias materiales de su existencia, como el palacio o retratos hechos por artistas, mientras Sans Souci, quien no tuvo siquiera quien reclamara su cuerpo, pasó desapercibido en la historia de la revolución haitiana, sin rastro alguno de su existencia su lucha comprometida.
Con este ejemplo, Trouillot reafirma la idea que las narrativas son conjuntos de silencios y que el poder trabaja de la mano con la historia. Es un claro ejemplo de lo que ocurre en la producción de la historia, pues muestra cómo los rastros históricos son también desiguales, y que no son simples presencias y ausencias sino menciones y silencios, son acciones conscientes. Ante esto, el autor propone una historia reflexiva, que se preocupe no por encontrar verdades absolutas, sino reconocer que existen múltiples narrativas, las cuales deben visualizarse. Igualmente, Trouillot propone un ejercicio de entender cómo se producen esas narrativas y analizar qué hay detrás de esos procesos de construcción de conocimiento y el contexto en que se originan, para así entender qué hace posible algunas narrativas y por qué se silencian otras.
Esta propuesta nace quizás por la formación antropológica del autor, disciplina que enfatiza la necesidad de una aproximación crítica a las fuentes y que ha aportado notablemente al debate de la necesidad del investigador de situarse en su proceso de producción de conocimiento. Él, como haitiano y académico, reconoce la responsabilidad que se tiene con la sociedad al momento de investigar, pues más allá de brindar verdades absolutas, la labor del investigador es ser crítico y reflexivo con lo que se estudia reconociendo que toda producción de conocimiento pasa por múltiples intereses y relaciones de poder, lo que nos lleva a considerar el debate de la subjetividad. En las ciencias sociales existe la pregunta sobre qué tan objetivo se puede ser frente a lo que se estudia, reconociendo que el investigador no puede abstraerse de la realidad en la que se encuentra inmerso y que el solo hecho de estudiar algo en particular surge del deseo o interés personal que él o la institución para la que trabaja tengan. La falta de objetividad no necesariamente implica falta de veracidad, sin embargo, debe haber una conciencia tanto del que produce conocimiento como de quien lo recibe, de que todo lo que se dice y lo que se calla responde a realidades e intereses inherentes en la vida del investigador, y que las cosas deben analizarse a la luz del contexto en el que se producen para evitar ambigüedades.
Ante lo que propone Trouillot me surgen varias preguntas. La primera hace referencia a la responsabilidad colectiva de adoptar las narrativas creadas en la academia o fuera de ella, es decir, ¿cómo podemos incentivar desde la academia una actitud crítica ante la producción de conocimiento científico y popular en la sociedad no académica? Igualmente, y ante el problema de acceso a las fuentes y de la información por parte de la sociedad en general ¿cómo podemos crear un dialogo entre disciplinas para hacer accesible el conocimiento producido, tanto en formato, lenguaje e idioma? Por último, y reconociendo que la academia en una institución que responde a intereses y que está igualmente atravesada por relaciones de poder, ¿es posible producir un conocimiento académico que responda a los estándares de la academia, pero que se distancie de esas relaciones de poder? Trouillot nos da algunas pistas, pero todo esta aun por hacerse, y es nuestro deber como investigadores encontrar la manera de producir conocimiento consciente, donde tanto el investigador como el objeto de estudio estén situados, reconociendo los contextos y tensiones en los que se encuentran.
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