Politóloga e Innovadora social en formación. Parte del equipo del Centro de Estudios Afrodiaspóricos de la Universidad Icesi.
Debo decir que me encantan los lugares públicos en los que puedo escuchar conversaciones ajenas. No me enorgullece hacerlo, pero en mi cabeza lo pienso como un ejercicio de etnografía cotidiana para entender el mundo. Es que los seres humanos somos complejos, llenos de matices, cargamos con un pasado y a veces siento que no nos esmeramos por construir un mundo más sensato para el futuro. Estaba sentada en un café esperando a encontrarme con un amigo. Me senté en las mesitas de afuera del local para prender un cigarrillo. Entraron dos señoras de mediana edad con aspecto juvenil. Eran mujeres mestizas (aunque seguro ellas se autodenominaban blancas), ambas emperifolladas de arriba abajo, con carteras de marca de quinta avenida que apuesto compraron en el barrio chino de Nueva York. Una de ellas, estaba impaciente porque no las atendían, el café estaba lleno, quedaba en una zona concurrida del oeste de Cali. Entre las meseras, había una mujer joven afro, con trenzas largas y bien peinadas. Era una mujer guapa. Una de las mujeres, mestiza y con el cabello rubio, le decía a la otra mujer que le hacía señas a la mesera afro: -no, no llamemos a la negra. Llamemos a la que esta en la barra mejor-. La señora le preguntó que por qué no llamaban a la mujer afro que estaba más cerca de su mesa. Y esta le contesto: -ayyy, porque estoy aburrida de esos negros. Te acordás de María? La muchacha de servicio de mi mamá? Pues si vieras como me contestó el otro día que fui a la casa de mi mamá, sólo porque le dije que se acomodara bien ese pelo. Es que ya no se les puede decir nada. Para mí que los racistas, son ellos. No uno-. Apenas la señora cambio de tema, yo sentí un zumbido en la cabeza que no me dejaba seguir escuchando y quede absorta en mis pensamientos, esperando que mi amigo llegará pronto. Recordé la película de Sembène, La Noire de..., en donde Diouna, una mujer senegalesa llega a Francia con el sueño de una vida cosmopolita y termina trabajando como empleada doméstica para una familia rica francesa que arrebata su sueño y su dignidad.
No puedo decir que a mi me duele igual que a las personas afro escuchar este tipo de barbaridades. No puedo ser tan ingenua y decir que siento lo mismo que ellos porque no es verdad. Pero sí puedo rechazar completamente esta clase de afirmaciones de cualquiera que todavía no pueda entender que la raza importa debido al racismo, como lo expresa Chimamanda Ngozi Adichie en su novela Americanah: “La raza no es biología; es sociología. La raza no es genotipo; es fenotipo. La raza importa debido al racismo. Y el racismo es absurdo porque tiene que ver con el aspecto de uno. No con la sangre que corre por sus venas. Tiene que ver con el tono de piel y la forma de la nariz, y los rizos del pelo”. Debemos dejar de decir que son los “negros” los racistas. Es como si repitiéramos esa frase para justificar a nuestros antepasados, o a nosotros mismos que todavía cargamos con ese lenguaje racista implícito en nuestra cotidianidad. Me avergüenza decir “nosotros” pero debo reconocer que en ese nosotros se encierran mis antepasados que me convierten en una persona mestiza. Claro está que yo lucho por erradicar de mí ese pasado del cuál no me enorgullezco ni un poquito. Me cuesta entablar una conversación con alguien que me diga que el tema de la raza es muy complejo. Claro que lo es, pero no podemos ser tan conformistas y huir de él. Todos los postmodernillos de hoy afirman no ser racistas porque tienen un amigo afro, o simpatizan con Obama, como si eso cumpliera su cuota antirracista, pero no estarían cómodos teniendo, por ejemplo, un jefe afrodescendiente.
Cómo me gustaría que esas dos mujeres supieran cuánto daño hacen esos comentarios, sencillamente porque siguen reproduciendo prácticas racistas de nuestros antepasados. No puedo decir que no distinguimos el color de piel o el pelo afro. Claro que lo hacemos, no somos ciegos y la diferencia es evidente. Pero cuan importante sería apreciar esa diferencia, no desconocerla. Aunque seamos diferentes por nuestros rasgos físicos o color de piel, ahí está la belleza de la diferencia. Necesitamos ser conscientes de ello, y de que hoy debemos garantizar la libertad de todos y todas, a desarrollar nuestras capacidades en igualdad de condiciones. O ¿por qué asumieron los jefes de Diouna que ella no podía vestir bien y comprar vestidos finos al llegar a Francia? ¿Por qué la condenan a servir en su casa como si implícitamente el ser afro la convirtiera en empleada doméstica?
Yo llevo pequeñas luchas en contra de la discriminación todos los días, bien sea en medio de reflexiones en reuniones familiares, en donde enseño a decir afro en vez de negro, o en mi trabajo en el Centro de Estudios Afrodiaspóricos. La mayoría de mis colegas son afrodescendientes y yo entro en el grupo de mestizos que trabajamos en un centro que se dedica a los estudios de la diáspora africana. Es curioso que cuando entré a trabajar al CEAF, llamaron al decano de la Facultad a la que se adscribe el Centro, a decirle que por qué me habían contratado para trabajar aquí si yo no era afro. También algunas veces cuando trabajo en espacios en donde la mayoría de las personas son afrodescendientes, algunas de ellas me miren con desconfianza, como si mi color de piel me imposibilitara trabajar en el Centro, creyendo que yo no merezco estar ahí. Yo he ignorado esos comportamientos, esas miradas, aunque me duelan a veces, por mi reafirmación constante de lo importante que es trabajar en el CEAF. No puedo culpar esas miradas de desconfianza, cuando seguramente esas personas recibieron las mismas miradas o peores, de personas con mi color de piel. Simplemente es injusto, aunque tampoco crea que las merezco porque yo no soy mi pasado.
Debo decir que a pesar de estos desencuentros, necesitamos seguir luchando por la reivindicación de los y las afrodescendientes, contra el racismo, las desigualdades e injusticias sociales. Las conversaciones y comportamientos de señoras como las del café, que quitan valor a la lucha constante en contra del racismo, una lucha histórica que debe estar abanderada también por nosotros, los que no somos afro, los que vemos más allá de las diferencias, a esos comentarios que aniquilan el espíritu. A entender también de donde viene la desconfianza ocasional de algunas personas afro por personas como yo, porque es también una lucha, al menos personal, de rechazar a nuestros antepasados que tanto daño ocasionaron. Creo honestamente en que debemos enriquecer nuestro espíritu, a no creer que el trabajo ya está hecho y que el racismo es cosa del pasado.
Tendremos mejores resultados en la construcción del mundo que caminamos a diario si nos apoyamos y complementamos entre nuestras diferencias.
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