Cada cuatro años los ciudadanos colombianos tenemos la oportunidad de ejercer una de las expresiones democráticas, quizás de las pocas que muchos podremos ejercer. Esta es, a su vez, una de las piezas fundamentales de todo humano como ciudadano de alguna nación. No es nada más que manifestarse políticamente a través del voto. Esto significa elegir la preferencia y el rumbo político que se considera más acertado, es dejar sentado nuestra inclinación política y dar prerrogativas a una postura frente a otras. Con el voto estamos participando en la configuración de los políticos que participarán en los debates que están implícitos en el quehacer de la política. Es una oportunidad para vivir la experiencia de la democracia.
Esta jornada electoral registró quizá el más alto nivel de abstencionismo para elecciones presidenciales de las últimas de las que se tiene registro para el principal cargo político del país. Y esto me da pie a pensar un par de cosas. Por un lado, a pesar del alto abstencionismo, es evidente que los colombianos queremos vivir en un régimen democrático. Esto se ve expresado en que muchos colombianos se enorgullecen de la estabilidad de régimen democrático colombiano, más aún cuando se comparan otros casos de países latinoamericanos. La idea de trasfondo que apoya esa afirmación, en muchos de los casos, varía entre dos extremos, –es que no nos convertimos en una nueva Cuba– dicen unos, y –es que no nos volvimos en una dictadura como ocurrió en varios países del cono sur del continente-. Mi posición ante estas dos dicotomías es muy simple, no vivimos en Cuba, pero emergieron grupos de lucha revolucionaria que han dado lora hasta el día de hoy. No vivimos una dictadura que arrasara quienes respiraran “aires de izquierda”, pero hemos sido testigos de cómo se han asesinados sistemáticamente a los líderes políticos que representaran la oposición a los partidos tradicionales de Colombia, en particular a los partidos de izquierda como ocurrió con la Unión Patriótica en los 80. En todo caso, nuestros dos partidos tradicionales han sido promotores de grandes y sangrientos enfrentamientos que se han reproducido a lo largo y ancho de la historia colombiana.
A pesar del alto abstencionismo, también es común escuchar -es que Venezuela es una Democracia pero en decadencia-. Aquí lo que está en discusión es el grado que se le da a ciertos valores y principios que se consideran implícitos en la experiencia de vivir en una democracia. Por lo tanto, si una nación privilegia principios como la igualdad, la libertad, el libre mercado, la justicia, el derecho, la multiculturalidad y la pluri-etnicidad, no es nada anormal que se manifieste en contra de cualquier acto que vaya en contra de esos principios. En este sentido, se entiende que muchos colombianos critiquen los golpes a la libertad de expresión que ocurre en Venezuela; que cause conmoción la intención de invitar a Cuba, país que difiere a Colombia entre otras cosas por su modelo económico, a un foro de presidentes latinoamericanos como ocurrió en la pasada VI Cumbre de las Américas. Al parecer, sentar una posición es más sencillo cuando se mira hacia afuera, pero si observamos hacia el interior, lo que ha pasado y sigue ocurriendo, entonces llegaríamos a la conclusión que aquí también ocurren cosas tan graves como en países vecinos. Por ejemplo, la interceptación ilegal de la comunicación privada de personas de la opción o de aquellos quienes presuntamente representan un “peligro” para la democracia rompiendo con todas las libertades y derechos de la contraparte es un asunto demasiado grave. Retomando el caso venezolano, a pesar de todo lo que ha ocurrido, y está ocurriendo, en términos de violación a los derecho humanos y fraude electoral, el nivel de abstención es aproximadamente 3 veces menor que en Colombia.
A pesar del alto abstencionismo, no paro de escuchar afirmaciones como -para que votar si siempre son los mismos-. Nada es tan recurrente como escuchar la anterior frase, y más en momentos próximos a las elecciones y en círculos familiares. Si bien, sí se eligen, y últimamente reeligen, candidatos de amplia trayectoria política y cercana a las familias de la élite política que, directa o indirectamente, han jugado un importante rol en la política colombiana; sin embargo, jamás son los mismos. No son los mismos pues, por ejemplo y a simple vista, Gaviria y la constitución del 91 no es lo mismo que el proceso 8000 con Samper; el Samper “sin visado norteamericano” no fue lo mismo como el “Tour internacional” de Pastrana en busca de apoyo para su proceso de paz; la zona de distención de Pastrana no se puede comparar con las políticas de seguridad democrática de Uribe; y ni siguiera el Uribe de 2002-2006 se puede comparar con el Uribe que fue hasta el 2010 pues el Uribe del segundo periodo le tocó defenderse de mucho de lo que hizo en su primer periodo (DAS, DMG, AIS, AUC, Falsos positivos, Yidispolítica, Parapolítica, etc.); y para notar la diferencia entre Santos y Uribe, no falta sino googlear sus cuentas de twitter y mirar como sus posituras están constantemente enfrentadas. Por otro lado, la variedad de candidatos y opciones políticas no son las mismas. Fácil fue, por mucho tiempo, votar por el candidato del partido liberal o el del partido conservador. Ahora la emergencia de nuevos partidos y movimientos políticos, así como de candidaturas independientes, han marcado la diferencia en las últimas elecciones. La variedad de opciones es tan variada como los colores del arcoíris; también, la fuente de los apoyos políticos así como de los apoyos económicos se mueve a multiniveles. En una nivel van de lo legal a lo ilegal, en otro nivel de la “Para”- a “Farc-política”; en un tercer nivel, la tensión gira entre políticas seguridad y políticas con impacto social, en otro nivel de carácter más coyuntural, la disyuntiva es entre el Uribismo y el Santismo, o cualquier oposición política que el exmandatario Álvaro Uribe mencione en su cuenta Twitter. Actualmente, la polarización política gira entorno a proceso de paz adelantado en La Habana, entre quienes apoyan este proceso de negociación y quienes no lo hacen.
Y sin embargo, el abstencionismo también puede entenderse como una elección racional, una decisión que indica desacuerdo con las opciones que se presentan como candidatos, sus propuestas, sus trayectorias políticas. El abstencionismo puede también indicar un ambiente de inconformidad generalizado con el método de elección de las personas que aspiran al poder político, incertidumbre por el alto grado de probabilidad de que “se pierda el voto”; pero más preocupante aún, puede ser un indicador de que la democracia, con todos los “pro y contras”, no es el régimen político con el cual se sienten identificados.
Yo los invito a que nos pensemos la democracia no como un conjunto de oportunidades, de reglas, de instituciones y entidades, ni como la acumulación de derechos, valores y principios, de libertades y deberes. La democracia es todo eso y mucho más. Es una forma de ver al mundo, de aproximarse a la vida, de resolver los conflictos, de apreciar la alteridad, de interactuar con el “otro”, de comunicarse con los demás, de interpretar la complejidad, de entender las relaciones sociales. La democracia es un estilo de vida, la cual es mejor vivirla a plenitud.
domingo, 25 de mayo de 2014
La democracia es un estilo de vida
Columnista Adolfo A. Abadía.
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