Cuando uno se detiene a contemplar los modos de operación de ciertas naciones del primer mundo y de algunos organismos internacionales, se da cuenta que la discusión alrededor de la fragilidad estatal está vigente, inclusive con más ahínco en comparación con su contexto de emergencia. Pese a la inexistencia de un consenso entre pensadores, académicos y organizaciones sobre lo que significa un estado fallido o frágil, podemos señalar que un estado se considera de esta manera cuando sufre importantes déficits de autoridad, legitimidad y capacidad que le impiden alcanzar niveles óptimos de desarrollo, derechos humanos, paz y suministro de servicios básicos (Di John, 2010). Partiendo de este precepto, es importante preguntarse si es realmente útil hablar de estados frágiles, fallidos o débiles en nuestro contexto actual. Mi respuesta es: Sí. Y a continuación voy a explicar el por qué.
Para hablar de la utilidad de este concepto primero debemos preguntarnos para qué y para quién es útil. Como todo concepto, la fragilidad estatal tiene sus alcances y limitaciones. En este ensayo, quiero resaltar, precisamente, algunos alcances y limitaciones que nos ofrece esta forma de aprehender aquello que conocemos como el estado. En primer lugar, hablaré sobre el contexto de emergencia que pretende “justificar” el uso del término, llevándolo a un nivel de aceptación y vigencia en el contexto internacional. En un segundo instante, desplegaré algunos argumentos acerca de cómo esta aproximación se vincula con las diferentes expresiones de estados y la diversidad de formas organizativas de las sociedades. Finalmente, propongo una lectura a partir de lo expuesto anteriormente, señalando posibles caminos que permitan aprehender las “falencias” de los estados en los años venideros.
El fuerte y consolidado marco de trabajo que existe acerca de la falla estatal, sitúa esta discusión como un asunto de alta prioridad en la agenda global. Los años posteriores a la guerra fría, dejaron una sensación de amenaza permanente, especialmente en los estados occidentales, causada por la aparición de actos terroristas y variadas expresiones de violencia y criminalidad. Tales situaciones son consideradas como amenazas potenciales que pueden emerger en cualquier instante, causando caos y dolor. Para los estados occidentales fue muy fácil señalar que estos focos de inestabilidad se encuentran en los países sin estados fuertes. Éstos se consideran como lugares de fuertes brotes de conflicto armado y guerras civiles, o donde las instituciones estatales no cumplían sus funciones y estaban corrompidas.
Los estados del norte (Europa y Estados Unidos), el Secretario General de las Naciones Unidas y agencias multilaterales como el Banco Mundial, llamaron la atención sobre estos estados, denominándolos fallidos, por lo cual debían ser intervenidos para crear en ellos estructuras que permitieran la consolidación de un orden social estable, pacífico y democrático. Surgen de esta manera, una serie de intervenciones militares, un acaparamiento de las instituciones de gobierno, y también una intervención a nivel económico, que en muchos casos ha resultado en estructuras de oportunidad para el aprovechamiento de los recursos en tales territorios. Es así como la extracción de recursos se torna en una consecuencia perversa de la intervención internacional, que va mucho más allá de la contención de las amenazas globales al orden económico y político.
Para determinar cuáles son los estados fallidos, se han creado varios índices que miden la fragilidad estatal en diversos aspectos. Sobre ello, debe resaltarse que no hay estandarización en la medición, que hay varios índices con diversas formas de representar y medir la fragilidad. Cada índice privilegia algunos asuntos por encima de otros, haciendo difícil la comparación entre ellos. Además, no permiten permite dilucidar lo que sucede al interior de los estados, es decir, señalar las dinámicas intra-estatales y el comportamiento del Estado en el territorio que abarca. Así pues, para el sector de la comunidad internacional que coloca como tema central de su agenda los temas de seguridad, terrorismo, crimen organizado y crisis de gobernabilidad política, se observa que el objetivo primordial de adoptar este discurso es justificar la intervención internacional para controlar las amenazas que estos países representan para la estabilidad del orden global.
Por otro lado, es importante señalar que concebir a los estados desde la óptica de la fragilidad o éxito, es quedarse bajo una perspectiva que vuelve impositivo el tipo ideal de estado al estilo weberiano (1946). Es importante mencionar la existencia de una gran diversidad de estados, que son resultado de procesos históricos, de largo aliento, de dinámicas económicas, sociales, políticas y culturales muy particulares que han dado como resultado un tipo de sociedad. Por eso son importantes trabajos como los de Tilly (1989) y Mann (1993) en los que se aborda una perspectiva histórica de la formación del Estado. Si bien sus análisis resaltan elementos particulares de un cierto tipo de estados, estos autores advierten prestar atención a la multiplicidad y diversidad de procesos de formación estatal, así como a las condiciones de emergencia de un determinado estado, elementos clave para comprender la configuración actual de los estados. En esa medida, tener la pretensión de que todos los estados apunten hacia una misma dirección es una utopía que olvida las diversas manifestaciones sociales que existen en el mundo.
No todos los estados operan bajo las mismas lógicas ni tienen un modelo democrático liberal como sombrilla societal, y es aquí precisamente, que no por el hecho de no cumplir con un concepto de estatalidad orientado al monopolio del uso legítimo de la fuerza física dentro de su territorio, lo hace un estado fallido que debe ser intervenido por ser una amenaza. Autores como Di John et al. (2010), muestran que existen diversos estados que pese a tener estructuras corruptas y presentar altos niveles de violencia, son capaces de mantener cierto orden social. En otras palabras, es importante señalar que los puntos débiles de un estado no conllevan necesariamente a que se desate el desorden o a que no se puedan establecer ciertas formas de institucionalidad que sean duraderas y permitan encauzar los esfuerzos de los estados hacia el cumplimiento de sus funciones. Así pues, hay otro tipo de formas organizativas que intentan suplir las funciones del estado tal como lo muestran autores como North et al. (2009), quienes dan cuenta de la existencia de ‘estados naturales’ que son estables y perduran en el tiempo, sin necesidad de ser un ‘Open Access Order’ al mejor estilo de Weber.
Como ya lo mencioné anteriormente, los índices de medición de la fragilidad estatal nos dan una perspectiva general de la situación de cada país, pero bajo la adopción de unos parámetros arbitrarios y claramente intencionados. Se quedan cortos al mostrar las particularidades de los territorios, es decir, en auscultar más a fondo para establecer las razones por las cuales se habla de una falla estatal, ver el funcionamiento de las instituciones y hacer énfasis en las relaciones sociales, económicas, culturales y políticas que se tejen al interior de ellos. En esa medida, cuando se hace una lectura de las relaciones que se tejen a nivel social se puede observar que existen estructuras disonantes con las premisas del estado liberal moderno, las cuales tienen vicios de criminalidad, ilegalidad y corrupción. Tales formaciones pueden operar paralela o conjuntamente con el estado, logrando mantener cierta estabilidad, incluso bajo una lógica de acción individual y colectiva racional.
Creo que pensar en términos de niveles de fragilidad estatal le permite a los estados hacer una mirada sobre ciertos asuntos que pueden parecer importantes y que en cierta medida están dando una alarma acerca de la situación actual de los países. Sería bastante ingenuo pensar que un estado se autodenomine a sí mismo como un estado fallido y verse en estos rankings (como el realizado por The Fund For Peace) en color rojo o naranja, lo cual no debe ser muy agradable. Pero creo que este tipo de mecanismos pueden dar luces para que los estados tengan consideración sobre ciertos aspectos, privilegiando ciertos elementos y ver cómo podría darles manejo. En este sentido, habría que atender a cuestiones particulares de cada país como los relacionados con asuntos asociados a la diversidad de grupos étnicos y lenguas, a las organizaciones de la sociedad civil, de tipo religioso, entre otras. Es claro que no todos los Estados deben y quieren apuntar hacia el mismo rumbo, que la conjunción de estructuras de orden colonial y moderna como sucede en muchos países de América Latina ha dado origen a formas de gobierno con lógicas que distan del modelo de estado amparado en la democracia liberal.
Sería más importante echar una mirada a lo ocurrido en los procesos de configuración estatal, lo cual daría luces sobre por qué se estableció un tipo de orden y por qué no otro. En esta medida, el papel del científico social dedicado al análisis político, sería mostrar los posibles caminos a escoger para no repetir los mismos errores del pasado. Por ello, me inclinaré por decir que sí, que es válido retomar estos aportes sobre la fragilidad estatal para cuestionarlos y para resaltar que hay otras vías posibles para entender lo que sucede en el múltiple panorama institucional del orden global.
Referencia bibliográfica
Mann, M. (1993), ‘Nation-States in Europe and Other Continents: Diversifying, Developing, Not Dying’, Daedalus, Vol. 122, No. 3, pp. 115-140.
North, D., Wallis, J. and Weingast, B. (2009), ‘Violence and the Rise of Open Access Orders’, Journal of Democracy, Vol. 20, No. 1, pp. 55-68
Tilly, C. (1989), ‘Cities and States in Europe, 1000-1800’, Theory and Society, Vol. 18, No. 5, pp. 563-584
Weber, M. (1946) ‘Politics as a Vocation’, en H.H. Gerth and C. Wright Mills (eds), Essays in Sociology (New York: Macmillian), pp. 26–45.
Di John, J. (2010), ‘Conceptualización de las causas y consecuencias de los Estados fallidos: Una reseña crítica de la literatura’, Revista de Estudios Sociales, no. 37, 46-86.
martes, 1 de diciembre de 2015
La falla estatal: una discusión vigente
Por Jorge Enrique Figueroa Gómez.
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